Simpática
caricatura de un bloque de residentes asomados a sus respectivas
ventanas... cosa curiosa esa parte de nuestra convivencia que se
disfruta o padece en una comunidad de vecinos y no menos
impredecibles las situaciones a las que hay que hacer frente en tal
particular cosmos de nuestra existencia .
Para
nada iba buscando esta lectura pero su sinopsis me pareció ocurrente
y aunque no es de “premio literario” puede pasar
para vernos identificados en algunas de las peripecias y personajes
que aparecen en la historia.
Mandorla
es la auténtica protagonista de la narración contada casi por
completo en primera persona a excepción de los capítulos en los que
hablan el resto de los personajes para presentarnos sus vidas en
pasado y que ayudan a completar la visión que la autora hace de
ellos a lo largo de la novela. Un drama desencadena el nudo de la
obra, esta niña se queda sin madre y ante la incógnita de su
paternidad, todos los vecinos asumen de mutuo acuerdo su tutela de
forma alternativa, determinación que marcará la vida de todos y por
supuesto la identidad de Mandorla.
Sobra
decir que en realidad la autora ha querido hacer una critica al
modelo tradicional de familia ya que cada piso de esa finca
representa un modelo diferente de modos de vivir reunidos bajo los
parámetros a los que se le conoce con el término de “familia”;
cada uno representan valores, actitudes, costumbres, principios muy
diferentes, elegantemente tratados y con grandes dosis de respeto y
aceptación. Entiendo que defiende el “bien comunal”
dentro de ese repertorio de relaciones personales, de parejas y en
definitiva humanas.
Sin
duda todo gira alrededor del presente y futuro de Mandorla convertida
en un transeúnte durante su infancia y adolescencia.
Estilo
muy sencillo, dividida en cinco partes y a su vez en capítulos que
diferencian cada familia y las experiencias de la niña en cada una
de ellas, lo que vive y la manera en la que este “paseíllo
ascendente” supone para su desarrollo emocional. La
presencia de diálogos ayuda a convertir la lectura en llevadera ya
que en muchos tramos la narración se hace especialmente cansina y
casi tentadora al abandono.
La
historia resulta algo monótona, carente del factor sorpresa, con
final predecible, desilusiona tras un entusiasmo provocado por el
argumento inicial que prometía bastante; podría ser ideal para un
guión de cine o serie televisiva al estilo de “Aquí no hay
quien viva”.
Aún
así yo la he terminado porque la curiosidad acerca de la paternidad
de la niña mantiene el escaso interés al que hago referencia; eso y
el muestrario de sospechas, envidias, infidelidades, mentiras,
montajes e intrigas que vive a diario y que nos son muy familiares a
los que hemos tenido la oportunidad de vivir en comunidades de
vecinos...”Nada es lo que aparenta ser”. En el
fondo no sabemos lo que pasa al lado de nuestras casas y ante la
ignorancia imaginamos y ahí es donde “la liamos parda”.
Somos irremediablemente animales sociales y hay que reconocer que la
autora nos ha presentado un retrato social comprimido en altura, en
una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Recomendada para
momentos playeros y de evasión de la realidad que tanto nos
condiciona cuando menos lo esperamos.
“Cuanto
mejor sabes utilizar las palabras, en lugar de acercarte, más te
alejas de lo que quieres expresar de verdad”.
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