Nada
más contemplar la portada uno puede imaginarse que el contenido del
libro no va a estar muy lejano al tan recurrente tema de la Guerra
Civil Española y admirando la belleza de la misma y apreciando lo
mucho que puede decir una imagen, sientes la necesidad de huir para
no volver a leer un tema que en ocasiones te provoca tristeza e
impotencia; aún así no me resistí a dar la vuelta y leer su reseña
y confundida por la misma me armé de valor y decidí darle una
oportunidad que por cierto ha sido muy pero que muy merecida.
No
es la novela de guerra a la que estamos acostumbrados, el
protagonismo de la trama se lo lleva el controvertido tema de “La
Memoria Histórica” que sin quererlo trae de cabeza a toda
una sociedad por supuesto dividida por la herencia de ese nefasto
acontecimiento de nuestra Historia más reciente.
Todo
el relato es un ejercicio de neutralidad por parte del autor acerca
del sentimiento que pervive setenta años después en los corazones
de quienes participaron en nuestro conflicto y en la dura posguerra
que siguió durante décadas y que al parecer no se ha superado en
nuestra sociedad.
Basado
en un hecho real, con un escenario muy bien ubicado, León, con aire
de provincias; Andrés Trapiello presenta un argumento con una
batería de personajes que van contando sus vivencias y con ellas
“sus verdades”, algo que utiliza para demostrar y
hacernos reflexionar sobre la necesidad de aceptar que existieron
tantas verdades como hombres que las contaron y padecieron. Con ello
su intencionalidad es aclarar que la verdad no es patrimonio
exclusivo de un bando y sin tapujos cuestiona el papel de la Memoria
Histórica y de algunos de los intereses que la rodean, causa
justificada de la brecha que sigue abierta entre el binomio:
Recuerdo/Olvido.
Cada
personaje de la novela es un narrador diferente que relata su
vivencia, que defiende su verdad hasta extremos que los lectores
llegamos a quebrar nuestros posicionamientos ideológicos que es una
de las pretensiones del autor. Para Andrés no es la historia de
buenos y malos, de vencedores y vencidos; aunque la trama avanza
desquiciadamente en busca de esas verdades en boca de víctimas y
victimarios con ansías desmedidas de llegar al final que demuestre
que no existe la MEMORIA TOTAL.
Trescientas
quince páginas divididas en secuencias que corresponden a cada
intervención de los personajes; con una fluidez, sencillez y riqueza
de vocabulario magistralmente elegido según la voz del narrador. Le
otorga un papel relevante a estos narradores y destaca el sentimiento
de lo que vivieron y la criba de aquello que desean recordar y
discriminar para el olvido de esas vidas del pasado que acarrean en
un presente caduco.
No
ha estado el autor perezoso a la hora de integrar valores que
refuerzan la potencia de la novela y sentimientos propios del
argumento; el miedo, el odio, la revancha, la necesidad de venganza,
el perdón,el olvido, la hipocresía social de la que muchas veces
son “víctimas inocentes”.
Cuando
terminas la lectura de “Ayer no más” entiendes el
título porque al finalizarla, su autor decide que será su última
novela de la guerra que escribe y lo mejor es no haber tenido la
sensación de haber paseado por una narración bélica sino todo lo
contrario, es un viaje entre el ayer y el hoy que te aferra al tan
cotidiano refrán de “Todo depende del cristal con el que se
mire”. No decepcionará si cuenta con una postura neutral y
desprovista de perjuicios. Muy aleccionadora e inolvidable.
“Para
poder vivir hay que tener la fuerza de destruir y liberar el pasado”.
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