En
estos días más que nunca puedo asegurar que en cualquier momento y
sin esperarlo se puede modificar la trayectoria de vida que tenemos y
alterar nuestra precaria rutina del día a día. En una de esas experiencias
de cambio me he visto envuelta “sin comerlo ni beberlo”,
“ni con frío ni con calor”... es lo que tiene
pensar en la felicidad eterna. Como recompensa y en medio de
semejante vendaval, mi amiga Encarna con quien comparto la afición
por la lectura, se sentó en el viaje de regreso de Bélgica y me
recomendó esta indescriptible novela asegurándome que no solo me
iba a gustar sino que la disfrutaría hasta el punto de recordarla
con cariño y ternura. Antes de decir nada más, quiero dedicarle mi
reseña porque acertó de pleno, de manera que enormemente agradecida
por ello y por tu cariño.
Hay
una pega que le puedo poner a la novela, las escasas doscientas
páginas que tiene, es una sensación de querer más, de recrearte
para no terminarla, para alargar esos momentos de calidez, de
entretenimiento, de frescura, de disfrute de una historia sencilla y
bien contada.
Está
ambientada en Quebec con una cronología ajustada y al amparo de un
fenómeno meteorológico que sucede, según la carta del protagonista
en respuesta a su desesperada petición y con la finalidad de evitar
lo que para él será una auténtica “tormenta” en
su vida.
La
angustia e ingenuidad de un niño sin recursos emocionales para hacer
frente a la separación de sus padres, le hace mirar al cielo y
desear una desgracia colectiva que le arregle su particular tragedia.
Desde ese instante lo inevitable se desencadena y ya nada volverá a
ser como antes. Lo cotidiano muere y da paso a un repertorio de
situaciones de vidas protagonizadas por una batería de personajes tan
originales como sus propias existencias.
Desde
mi punto de vista, todos y cada uno de ellos hacen aparición en
“escena” con sus propias experiencias,
problemáticas, dificultades, secretos y deseos; de ahí que por los
valores que representan no encuentre el relato saturado de “actores”,
ninguno sobra, todos tienen su pequeño universo perfectamente
justificado en tan breve pero contundente relato.
La
sencilla trama acaba mezclando a cada uno de estos perfiles
llevándolos a interactuar los unos con los otros. Admirable la
jerarquía de los mismos, ninguno destaca por encima de los demás,
sus historias son todas importantes, todos representan vidas
extraviadas a los que un cambio de “trayectoria” le
hará cambiar gustosamente la vida. Podíamos extrañar descripciones o detalles en la narración, pero francamente no se
echan de menos.
Invita
a la reflexión, defiende la igualdad en todos los sentidos, rechaza
prejuicios sociales, ensalza la amistad, la alegría, se recrea en la
urgencia de la solidaridad para nuestros semejantes y nos recuerda lo
imprescindible de la calidad humana para sobrevivir a cualquier
“tormenta” imprevista.
No
quiero terminar sin reconocer que el título es acertado y
enternecedor; los peces siguen unas pautas hasta que algo los altera;
los mortales no estamos ajenos a esas modificaciones, no elegimos el
impacto negativo o positivo de esas alteraciones pero las aceptamos.
La lectura más sencilla es admitir que no estamos solos, lo
compartimos todo, tenemos que vivir para ayudar y ser ayudado y bajo
esas premisas resolver la ecuación de vida como en la novela;
dejándonos llevar aunque sea bajo las corrientes heladas del frío.
Sencillamente
maravillosa.
“Cada
quien elige los labios que quiere besar, los ojos que quiere mirar,
el corazón que quiere cuidar y a la persona que quiere alegrar”.
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