“Fuera de si”, ha sido de las
lecturas más serias e impactantes de cuantas he abordado en esta larga e interminable
etapa de confinamiento por la pandemia mundial. Me llegó a través de un club de
lectura que daba buenas críticas de una de las novelas de la dramaturga alemana
Sasha Marianna Salzmann, autora desconocida hasta el momento, de manera que
tras leer la sinopsis decidí que estaría bien abandonar mis novelas de “muertitos”
y saborear algo diferente.
“Los gemelos Alissa y Antón nacen en el Moscú
postsoviético. Transcurridos pocos años, su familia emigra a Alemania, donde
crecen, estudian y empiezan la universidad. Entonces, Antón desaparece y el
único y último rastro de él procede de una postal de Estambul. Alissa se dirige
allí en busca de su hermano pero, también, de sí misma. En una ciudad
impregnada de cambios políticos y sociales, la búsqueda de Alissa se convertirá
en un viaje de conexión y pertenencia.
Confieso que el principio
resultó fácil y consiguió secuestrar mi atención, pero igualmente confieso que tras
las 50 primeras páginas, tuve que buscar información acerca de la autora y la
novela porque me resultaba costoso seguirla y me perdía por momentos,
peligrando el desafío de terminarla.
Si os tuviera que vender la
novela os diría que narra la historia de cuatro generaciones de una
familia de raíces judías a través de su protagonista principal, Alisa, que
junto a ella los personajes que la acompañan vivieron dispersos por diferentes
países principalmente Rusia y Alemania, de los que vamos conociendo sus
personalidades a medida que avanza el relato.
Nuestro papel como lectores, es seguir la historia
lineal de las biografías de ocho personajes: bisabuelos, abuelos, padres e
hijos, que van contando su andadura a través de un
siglo que nos regaló exterminios, persecuciones, emigraciones, refugiados
políticos y dos guerras mundiales. Ali en este caso, representa el
acceso a la cuarta generación, y es ella la que soporta desde las primeras
páginas el legado de las experiencias vividas por sus antepasados. Su papel de
bisnieta, le permite observar y analizar la herencia recibida de las
generaciones anteriores. Se considera receptora de un baúl de genes y recuerdos
que forman parte de su esencia.
Menos mal que la autora ha tenido el gesto de poner
un cuadro de personajes al inicio del libro, no son más de una docena, pero eso
ha facilitado recurrir a esta “chuleta” cuando reconocer abuelos, bisabuelos y
otros parientes se convirtió en una misión imposible. Personajes de una
construcción brutal a los que vemos evolucionar con coherencia y equilibrio.
Respecto a la estructura, está dividida en
capítulos dedicados a cada uno de ellos o a las parejas formadas por los
miembros de esta saga, algo que podría parecer una oportunidad a la hora de
aclarar lo leído, pero que no restaba complejidad a la lectura, tan confusa por
momentos que se hacía inevitable reforzar la atención.
Es inevitable leerlo línea a línea para ir dando
cuerpo a la historia, me recordó a “Cien años de soledad”de Gabriel García
Márquez, pero en lugar de ese realismo mágico con el que estoy familiarizada,
me he tenido que enfrentar al expresionismo alemán y francamente me quedo con
el primero.
Es una novela feminista que investiga la búsqueda
de identidad, especialmente de los más débiles y de las mujeres, un relato muy
conmovedor y emocionante que se suaviza con la ambientación por ciudades como
Moscú y Estambul lugares en los que suceden muchos de los acontecimientos descritos.
Los temas de pertenencia a un grupo religioso, una familia y el amor
incondicional favorecen la construcción de la novela.
Retrata muy bien algunos pasajes de las desventuras
intrafamiliares de esta “tribu” en el contexto histórico de la Rusia
postsoviética. Familias que vivieron extrañas circunstancias en el siglo
pasado. Catalogada de obra de autoficción en la que es difícil aislar lo real
de lo ficticio, al parecer hay muchos recuerdos de la autora que han sido
reflejados en estas páginas.
En lo referente al lenguaje es asequible, fácil de
seguir, con el detalle de que la Salzmann introduce a menudo cortas expresiones
en turco o en cirílico, incrustadas en el texto, que dan una percepción muy
visual del desconcierto que produce tener dos lenguas maternas o cuasi
maternas. Hay que tener en cuenta que ella vivió en Volgogrado hasta los diez
años y que se escolarizó después en Berlín.
La he terminado y mis impresiones son buenas, es
una lectura diferente muy bien escrita, que es una humilde opinión de lectora
lo que he ido comentando y que sin duda recomiendo. Os gustará.
“Nunca debemos perder aquello que nos hace único”.
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