Hace ya bastante tiempo, en mi
trabajo comentamos la irrupción en las librerías de este fenómeno comercial.
Dos compañeras aportaron su opinión al compás, la una decía que le habían dicho
que era más bien un libro aburrido, la otra por el contrario, respondió que
para nada, a lo que me sumé diciendo que no era una novela con una historia, un
nudo y un desenlace, era un ensayo y tal vez eso era lo que no atraía la atención
de lectores poco dados a este género.
Mi experiencia como lectora de
ensayos es muy corta, creo que he leído “Sapiens”
y poco más, de manera que a mi librera le costó trabajo convencerme que me estaba
perdiendo una lectura hecha para mí, y a sabiendas de mi amor por este objeto,
insistía cada vez que me veía aparecer. Claudiqué tras escuchar a Irene Vallejo
en un audio que María me envió y fue ahí donde despertó mí curiosidad por lo que
sus palabras decían, momento en el que se vino a casa conmigo y “vino para
quedarse”, hablar de libros y bibliotecas es para mí lo más.
“El infinito en un junco”, es un
libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por su vida, por su
razón de ser como soporte de las palabras, como medio de desplazamiento en el
tiempo y en el espacio. La historia de su fabricación, de su evolución a través
de casi treinta siglos, la obtención de los materiales, de su conservación, su
difusión ya fueran libros de humo, de
piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles , hasta llegar a los
ebooks con luz propia.
Dice
su autora en su ensayo que “estos corredores de fondo” han sido
y serán una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas
que, a lo largo del tiempo, les han dado vida y los han protegido: narradoras
orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras,
sabios, copistas, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras; anónimos o con
nombres propios, todos tejiendo un hilo invisible que une el pasado con el
presente a lo largo de la Historia de la Humanidad para demostrar que antes “adaptarse
que extinguirse”.
Pero
también es un libro de viajes, gracias al cual hemos repasado la
historia de la construcción de las civilizaciones en torno al libro mismo, y
cómo se convirtió en el testimonio perdurable del pasado de culturas e imperios que van desde egipcios, asirios,
fenicios y griegos, Alejandro Magno y los Césares, hasta nuestros días.
Es
el relato
de supervivencia, de un objeto que no lo tuvo fácil desde su
nacimiento, que fue víctima de ambiciones, de atesoramiento, de robos, su
acumulación en bibliotecas, el inicio de los libreros, su uso para crítica del
poder y la sociedad así como su persecución, prohibición, quema y censura por
parte del poder y la sociedad..
Y
también es la historia de las bibliotecas,
particulares y públicas que los albergaban, en especial de la Biblioteca de
Alejandría pasando por la biblioteca de Sarajevo
hasta el laberinto subterráneo de Oxford
en el año 2000.
Es la lista
interminable de nombres que han formado parte de nuestra cultura,
Plutarco, Sófocles, Esquilo, Hipatia, Cleopatra, Safo, Telémaco, Calímaco, Penélope,
Sócrates, Homero…, inagotables, los personajes que aparecen en un magnífico
trabajo acerca de este fascinante artefacto inventado para que las palabras
viajaran en el tiempo y en el espacio por la eternidad.
Y cómo no, la historia de su autora, entre sus páginas conocemos su vida
escolar y académica, a su profesora de cultura grecolatina en el instituto,
Pilar, y lo hacemos gracias a una narración en primera persona que nos muestra
lo más íntimo de Irene Vallejo. Momentos de la infancia, con su madre leyéndole
cuentos y con su padre en librerías donde desenterraba curiosidades y relatos que la hicieron crecer
hasta llegar a dar vida a un manuscrito como este.
Se trata, El infinito en un junco, de una profunda investigación realizada
y pulida durante tres años sobre la historia del libro, dividida en dos
extensos bloques, uno dedicado a Grecia y otro a Roma, dividido en capítulos,
con idas y venidas constantes a otras épocas. Sus páginas están plagadas de
información, reflexiones, datos, citas, pero quizá lo más llamativo sea la anécdota
y su calidad a la hora de contarla, todas las que aparecen forman parte de la
argumentación sin ser sacrificadas a los convencionalismos literarios.
Contado como un cuento, con una
narración amena llena de curiosidades, referencias y recuerdos; es cierto que
me gustaría poder archivar en mí memoria la cantidad de datos que aparecen,
algo del todo imposible. En su defecto me he permitido el lujo de hacer
anotaciones en sus márgenes para no olvidar que en el Faro de Alejandría y su
espejo se encuentran los antecedentes del telescopio, o que en el siglo III a.
de C. Gílide ya ejercía como la primera Celestina de la Historia, que el tomo
tercero de la República de Platón es el manual de prácticas de un dictador en
ciernes, que el origen de las drags qeens se remonta a la Antigua Grecia, que
el primer catálogo de libros corrió por cuenta de Calímaco ante la necesidad de
ordenar y seleccionar, o que Aspasia fue la inteligencia que proporcionó a
Pericles su buen hacer como político en Atenas, que ya Heródoto, el primer
viajero incansable, se permitió el acierto de hablar de “globalización”, que
los barcos persas contra los atenienses en “la batalla de Salamina” fue
comandado por una mujer, Artemisa de Halicarnaso, al igual que el primer manuscrito firmado con
nombre propio y que el mundo moderno no inventó la censura, más bien nos vino
dado y como no, la
comparación entre las búsquedas en los servidores de Internet y sus raíces en
las bibliotecas. Por último me ha hecho gracia leer que el “plagio” y los escándalos son tan antiguos como los propios concursos
literarios y que tal vez por eso llamemos ”fallos” a
las decisiones de los jurados.
Necesitaría muchas páginas para
seguir hablando maravillas de este ensayo ilustrativo,
enriquecedor, reflexivo y entretenido en el que todo encaja en este paseo de lujo
por los portadores de palabras.
Cuando hablo de los libros
siempre digo que “ELLOS” me han salvado la vida, que en los malos momentos, en
las pequeñas alegrías y en las inesperadas tragedias, siempre han estado ahí,
imposible hablar mal de “ELLOS”.
Lectura interesante y sin fecha
de caducidad, apta para todos los públicos que se ha convertido en el libro de
cabecera, lo he leído despacio, con mimo, releyendo datos interesantes,
apuntando frases para el recuerdo, reconociendo alusiones literarias a
escritores y novelas que ya han pasado por mis manos, asombrándome de la manera
en la que Irene hilvana pasado y presente de la literatura, reconociendo en sus
páginas lugares que he visitado con la emoción que esto provoca, compartiendo
con ella el placer de caminar por los pasillos de una biblioteca, descubriendo
las menciones al mundo del cine y a la música en montones de páginas, por no
hablar de las referencias etimológicas, coincidiendo con esta maña que a pesar
de los malos presagios y crónicas nefastas, los libros nunca morirán y sabrán
superar los desafíos de la tecnología en su implacable proceso de adaptación.
El
infinito en un junco es, ante todo,
pura literatura, pero además es un
magnífico libro de historia y un curioso libro de viajes. Sin duda un homenaje
brutal a ese “creador de una cadena
invisible de gente que, sin conocerse,
han protegido el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo
largo del tiempo”. “Gente común cuyos
nombres en muchos casos no registra la historia, esos salvadores de libros que
son los auténticos protagonistas de este ensayo”.
Solo espero que os guste.
“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un
libro. El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, en
los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas”.