Tener tiempo y pasear por las estanterías de
los libros que tengo, trae de vez en cuando, la agradable consecuencia de
releer novelas que leí hace años y que no tuve la oportunidad de comentar en su
momento. Es el caso de “La higuera” de Ramiro Pinilla, el autor de la trilogía “Verdes
valles, colinas rojas”, un escritor que no pasa de puntillas ni deja
indiferente a nadie.
Imposible olvidar esta historia sobre la
venganza y el perdón, las derrotas y humillaciones y el brutal giro del destino
que acaba pidiendo cuentas a cualquier hombre.
“La construcción en 1966 de un nuevo instituto de enseñanza
media en Getxo desentierra la historia del hombre solitario que decidió
recluirse en el solar y cuidar de una higuera al poco de acabar la guerra
civil. Se trata de Rogelio Cerón, uno de los falangistas que fueron casa por
casa para llevarse a fusilar contra las tapias del cementerio a varios de los
hombres de Getxo. En una de sus visitas, Cerón se tropieza con la mirada de
odio de un niño que se resiste a que le arrebaten a su padre, una mirada que
despierta de inmediato en la imaginación del falangista la certeza de que ese
niño, cuando crezca, lo matará. Su sugestión aumenta al día siguiente, cuando
se encuentra con que los fusilados están enterrados en una fosa común donde
alguien ha plantado una higuera. Cerón ya no podrá ser el mismo. Incluso
vigilará estrechamente la vida de ese niño, intentará alejarlo de Getxo,
tutelar sus estudios para evitar la maldición, el retorno insufrible del pasado
y la culpa”.
No es una historia sobre la Guerra Civil Española, aunque sí nos sitúa en los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en ella y en la posguerra. Un relato que denuncia los chivatazos, los famosos paseos, el odio entre vecinos, las venganzas y que sirve de recordatorio para que nada de aquello vuelva a repetirse.
Escrita magistralmente, con personajes y momentos conmovedores y emocionantes, contado en tres partes y ubicada en la localidad de Getxo, a la llegada de los falangistas con ganas de hacer limpieza de “rojos”. Tras años, el deseo de venganza aún perdura y el sentimiento de culpa también, algo manifiesto en la novela en la actitud del protagonista que a modo de acto de contrición, se mantiene perenne contemplando el lugar donde reposan las víctimas de la barbarie.
Ramiro Pinilla, crea
una acertada metáfora sobre la superioridad moral de esas víctimas y la
necesidad de no olvidar: como símbolo ahí está esa higuera regada noche a
noche. Podría ser una historia de redención de pecados, pero no, será más bien
una historia de cómo evitar el destino del miedo irracional. La higuera es el
árbol de la muerte que abona el campo de la nueva vida.
Una trama basada en
una auténtica tragedia, ese niño que contempla la escena detonante de la
historia, los personajes de Rogelio y Gabino, que representan las dos Españas
de sobra conocidas y con las que aun convivimos y lo más impactante, el papel del silencio que durante tres décadas
mantienen ambos, el elemento que lo dice todo sin decir nunca nada.
Narrada en primera
persona por distintos personajes, con un lenguaje claro y directo, con saltos
temporales a lo largo de los tres grandes capítulos o partes. En la primera,
una maestra narra la excursión que en el mes de septiembre del 37 hace a un
paraje en el que descubren a un hombre vestido de falangista que cuida una
higuera. En el segundo ese mismo hombre relata los remordimientos de los que
padece ante la mirada de los ojos de uno de sus ajusticiados. Y en la tercera y
última asistimos al destino de esos personajes atados a una tumba que el tiempo
no detiene.
La profundidad de la
historia nos muestra quizás la novela más negra de Ramiro Pinilla. Interesante
relato publicado en el 2006 acerca de la atmósfera hostil y vengativa que
respiraban la España de posguerra, el dominio de los vencedores y en ocasiones
como esta, la culpa que ahogaba a los ejecutores.
Me gustó la primera
vez que la leí y la he vuelto a disfrutar, espero que a pesar de haber ya una
versión cinematográfica, os decidáis por ella. Os gustará.
“El perdón llega cuando los recuerdos ya no duelen”.
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