Este gato de ojos de cristal, se me ha llegado a presentar en
sueños de tanto como lo veía en cualquier medio y páginas literarias. El autor
no me sonaba de nada, de hecho era absolutamente desconocido y para ser franca
la portada me provocaba cierta dentera; sobra decir que los gatos no son plato de
mi devoción. Aun así y despreciando mis impulsos iniciales lo leí y la
sensación oscila entre lo aceptable y la seguridad de que será la primera y la
última vez que lea a este joven escritor chileno.
“En Santiago de Chile, a principios de
los años noventa del pasado siglo, dos quinceañeros, Gonzalo y Carla, tantean
la vida y el deseo, y mantienen sus primeras relaciones sexuales, marcadas por
la exploratoria torpeza. Él sueña con ser poeta y, cuando ella rompe la
relación, le manda por correo una sucesión de breves poemas de amor en los que
expresa su desesperación y empieza a buscar su voz literaria. La historia
podría haberse quedado ahí, como una mera aventura adolescente de iniciación,
pero, nueve años después, Gonzalo y Carla se cruzan en un bar gay y se produce
un desatado reencuentro en los lavabos que acaba con la ropa interior de ambos
desapareciendo por el inodoro. Retoman la relación y pronto Gonzalo descubrirá
que ella ha tenido un hijo, Vicente, del que él se convertirá durante un tiempo
en padrastro…”
Si tuviera que
resumir con mis palabras el contenido de estas más de cuatrocientas páginas, os
diría que cuenta la historia de Gonzalo Rojas un escritor
de poesía que, después de siete años, se reencuentra con su primer amor de la
adolescencia y de la noche a la mañana se transforma en padrastro de Vicente,
un niño de seis años que es adicto a la comida para gatos y que, años más
tarde, como Gonzalo, quiere ser poeta, a pesar de los consejos de sus padres.
Junto a esto, asistimos a las peripecias de una periodista americana que no es
capaz de llegar a San Pedro de Atacama y queda colgada en Santiago, ciudad
donde realiza unos estudios sobre los poetas chilenos.
No parece insufrible el argumento, aunque ya digo que puedo
decir que he leído algo de Alejandro Zambra, pero no puedo afirmar tanto que
haya disfrutado de ello.
La estructura de la obra se presenta en cuatro partes con varias historias diferentes, todas unidas entre sí, tanto en vínculo personal como geográfico, ya que todo va a tener como fondo y ambientación a Chile. Desde el punto de vista cronológico, la novela se desarrolla en tres momentos diferentes (a principios de los 90, en los 2000 y en años recientes) para narrar la relación de Gonzalo y Carla, quienes luego de vivir una primera ruptura amorosa, cuando eran adolescentes, retoman su historia tras reencontrarse por accidente 10 años más tarde.
A lo largo de este
espacio de tiempo, un narrador en tercera persona va mostrando dichas historias
desde las diferentes ópticas de sus personajes, pudiendo asistir a
ramificaciones y subjetividades de cada uno de los protagonistas. Para ello
echa mano de temas como
los lazos familiares, la disfuncionalidad, los vaivenes del amor, la
figura del padrastro, el aspirante a escritor, las apariencias, aquello que
todavía no es del todo y el amor por la literatura.
Aunque la lectura no se atraganta como para dejarla, me encontré con un
escollo insalvable que me hizo correr y acabarla con “prisas”, el lenguaje
repleto de términos latinos absolutamente “infumables” e imagino que hechos
para el consumidor de esas latitudes. No digo que carezca de riqueza expresiva,
ni que el texto no sea fluido, es que la mitad de lo que contaba en una
frase requería visitas al diccionario que acabaron con mi paciencia.
¿Qué me
ha gustado?, me ha entretenido las tramas secundarias, el amor que deja ver
hacia la poesía, el tono humorístico a la hora de narrar ciertas situaciones, lo
intimista, lo doméstico, la importancia que le da a los momentos vividos y especialmente el carácter con el que aborda
el cambio de milenio que le está tocando vivir a su protagonista.
Me resulta
difícil no recomendarla en idéntica proporción a lo contrario, desde mi juicio
de lectora y humilde opinión prefiero dejarlo en un empate, lo suyo es
arriesgar, dejarlo a vuestra elección y como siempre esperar que os guste.
“El problema con el aprendizaje de ser padre, es que los hijos son los
maestros”.
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