lunes, 30 de noviembre de 2015

Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie

Si nos entretenemos en sumar las cantidades de años, meses y noches del título, saldrá la mágica cifra de “Mil y una noches”; esta, es la primera de las curiosidades de la novela del angloindio Salman Rushdie. Nacido en Bombay tiene como nombre verdadero, Anis Khaliqi Dehlavi, y aquí llega la segunda curiosidad; su actual nombre lo adoptó en honor de Ibn Rushd, conocido en occidente como Averroes, filósofo y médico cordobés por el que profesa una auténtica devoción.
Quiero avisar que aquellos seguidores de este controvertido escritor, encontrarán la novela muy de su estilo, pero no garantizo que la entiendan ni la acaben los que no son asiduos a la manera tan original y exclusiva de escribir de Salman. Ahora bien, está muy ajustada a los amantes de lecturas tipo a “El señor de los Anillos” y “Juegos de tronos”.
Para que nadie se llame a engaño os pongo la sinopsi:
Hace siglos, Dunia, princesa del Peristán (mundo féerico), se enamoró de Ibn Rushd, el filósofo aristotélico y le dio una amplísima prole, cuya descendencia se distinguía por unos curiosos lóbulos de las orejas. Cuando se rompen los sellos que separan el Peristán del mundo físico y los yinns oscuros, en connivencia con el rival de Ibn Rushd, Al Ghazali, tan muerto como él, planean sembrar de miedo y caos la tierra para que los hombres conserven a sus dioses, Dunia tendrá que regresar a la tierra y hacerse cargo, junto con sus mágicos descendientes, de la amenaza.
Desde el inicio, queda evidente la manera fantástica de relatar propia de este enemigo del radicalismo islámico. Nos presenta una mezcla de historias mágicas engarzadas, con una imaginación delirante, mitología y amores eternos, dentro de la “Historia de la Era de la Extrañeza”. Para narrar los acontecimientos despliega todos los recursos literarios conocidos por el autor.
He entendido que era un cuento moderno acerca de los conflictos que aquejan a la Humanidad; las raíces de este estilo narrativo, empleado con los niños, se remonta a la antigua India, donde como aquí, los relatos se contaban sin orden convencional ni en el tiempo ni el espacio, pero con una lógica aplastante.
A lo largo de las cuatrocientas páginas, Salman, confecciona una novela con un repertorio incalculable de personajes al estilo de las novelas corales del más puro realismo mágico; estos personajes, entran y salen, avanzan y retroceden, desaparecen y dejan de ser parte de la historia sin previo aviso; ninguno de ellos está lo suficientemente desarrollado como para dejar marcas en el lector... son las licencias de Rushdie.
Está de más, que cuente que su literatura está plagada de temas que defiende abiertamente y por los que ha estado perseguido durante décadas; referencias al integrismo, homosexualidad, defensa del feminismo, lucha entre la razón y la fe, dogmatismo y tolerancia; estos últimos, pilares de la historia a modo de cara y cruz de los dilemas éticos y morales de los hombres.
Una tercera curiosidad es el hecho de comenzar la narración en Lucena hace 900 años y terminarla mil años después con la destrucción de la ciudad de Nueva York. El narrador que lo cuenta se encuentra en un futuro muy lejano, relata lo que supuestamente ocurrió en esas mil y una noches, la llegada de fenómenos insólitos y paranormales y como terminó enfrentando a dos mundos capitaneados por seres mágicos contra los humanos.
Auténtico viaje al pasado y al futuro con continuas referencias culturales a oriente y occidente. No es necesario decir lo abstracta que resulta su lectura, es de gran dificultad, si no se está metida en esta dinámica de creatividad exclusiva de algunos escritores, teniendo la sensación de que escriben solamente para ellos.
Estoy asustada de la reseña, casi tanto como del hecho de haber podido terminar su lectura, no me gusta la ciencia ficción y esto se le parece bastante. Aunque me gustaron “Los hijos de la medianoche”, no recomiendo en exceso “Dos años, ocho meses y veintiocho días”; mi opinión más sincera es que “no es apta para todos los públicos”.

Nadie cuenta o contamos la realidad totalmente al pie de la letra; inventamos o maquillamos lo que vivimos para hacerlo un poco más interesante”.

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