viernes, 15 de diciembre de 2017

Piscinas vacías, Laura Ferrero


En las últimas incursiones que hice a las librerías que frecuento, topé con este título tan peculiar que no me dejó indiferente, vamos que me hizo pensar que no hay nada tan inservible como una “piscina vacía”; algo que unido a su particular sinopsis, fue suficiente para ponerlo en la lista de libros a buscar en la biblioteca en el primer domingo que tuviera oportunidad. No siempre están disponibles los pocos ejemplares relativamente modernos que busco, de manera que acabé por adquirirlo en formato digital junto a “¿Qué vas a hacer con el resto de tu vida?, la otra novela de Laura Ferrero, autora desconocida para mí pero que me generó buenas vibraciones. Me alegro de haberlo hecho.
“Quiero contarte una historia de amor, la tuya. Aunque sabrás supongo, que no todas las historias de amor acaban bien.
Los protagonistas de estos relatos no son héroes ni viven situaciones de vida o muerte. Se parecen demasiado a nosotros mismos. Podrían ser nuestros vecinos, nuestros padres, nuestras parejas, nuestros amantes.
Una mujer que no puede dormir y se va al salón a escuchar el zumbido de la televisión. Un padre que sopla las velas ante su hijo, que también es padre. Una chica que le escribe una historia de amor a una niña que no conocerá. Un abuelo que le habla a una fotografía. Un hombre y una mujer que se dicen adiós en una esquina. No se conocen entre ellos pero a todos les ocurren cosas parecidas: la vida, con sus insignificancias pero también con sus grandes preguntas: cómo se enamora uno, por qué el amor que no se gasta se endurece, qué es lo que nos da miedo. Deben elegir entre la vida que tienen y la que imaginan”.
La tarde que abordé la lectura de estos veintiséis relatos, pensé que sería una jornada para abrir y cerrar un libro, para leerlos de principio a fin y me equivoqué rotundamente. Tal vez fueron sus ciento treinta páginas las que me dieron esa sensación, cinco de cada una de ellas para cada historia donde la ambientación, lo contado y sus protagonistas están hilvanados a la perfección, sin costuras ni hilos sueltos. Hoy puedo recomendar desde mi humilde opinión que se lea pausadamente, sin carreras y a ser posible de tarde en tarde como el libro que reposa sin urgencia para ser disfrutado y digerido poco a poco, debido al impacto de las emociones y sentimientos que sin pensarlo se abalanzaron sin aviso sobre mí.
Todos son de una tristeza descarada que permanece inalterable desde el primero hasta el último de ellos. No está sola, el amor aparece en los relatos, lo hace en todas las dimensiones conocidas, se convierte en un protagonista imprescindible y contribuye a la crudeza y realidad de unas historias que son retazos de vida fríos, congelados, donde no hay posibilidad de sorpresas o imprevistos.
Laura se aleja de la estructura tradicional del relato al uso, no busca reflexión ni moraleja, le otorga un papel estelar a los sentimientos y lo hace a través de temas que se repiten en todos y cada uno de ellos; la muerte, la enfermedad, las ausencias, las decisiones, las pérdidas, la familia, la pareja y sus complicadas relaciones…, todo lo que nos rodea en nuestra vida cotidiana y que hace tan compleja y difícil nuestra existencia.
Cuando terminé de leerlos, identifiqué uno de los objetivos de la escritora, generar dudas y preguntas en las que ella no debía intervenir, más bien lo dejaba en nuestras manos y eso me gustó; sus relatos hacen de espejo de muchas vivencias que hemos tenido en primera persona, y nos invita a pensar a cerca de lo inútil de aferrarse a lo que ya “no sirve”; vamos a lo poco rentable que es una “piscina vacía”.
A pesar de lo triste que puedan resultar lo recomiendo de forma dosificada y comparto con vosotros una enseñanza que he sacado, la vida tiene cosas bonitas y está bien que nos repitamos cada dos segundos que es bella, pero la verdad es que ese optimismo impuesto es una dictadura irreal que a veces nos estalla en la cara, un baño de agua helada que nos despierta a la cruda evidencia del día a día, para por suerte, hacernos fuerte y combativos ante la incuestionable realidad.
“Los peores ruidos son los que no se oyen, los que hacen que las cosas desaparezcan sin que sepamos muy bien por qué”.

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