En
las últimas incursiones que hice a las librerías que frecuento, topé con este título
tan peculiar que no me dejó indiferente, vamos que me hizo pensar que no hay
nada tan inservible como una “piscina vacía”; algo que unido a su
particular sinopsis, fue suficiente para ponerlo en la lista de libros a buscar
en la biblioteca en el primer domingo que tuviera oportunidad. No siempre están
disponibles los pocos ejemplares relativamente modernos que busco, de manera
que acabé por adquirirlo en formato digital junto a “¿Qué vas a hacer con el resto de
tu vida?, la otra novela de Laura Ferrero, autora desconocida para mí
pero que me generó buenas vibraciones. Me alegro de haberlo hecho.
“Quiero contarte una historia de amor, la tuya. Aunque sabrás supongo,
que no todas las historias de amor acaban bien.
Los protagonistas de estos relatos no son héroes ni
viven situaciones de vida o muerte. Se parecen demasiado a nosotros mismos.
Podrían ser nuestros vecinos, nuestros padres, nuestras parejas, nuestros
amantes.
Una mujer que no puede dormir y se va al salón a
escuchar el zumbido de la televisión. Un padre que sopla las velas ante su
hijo, que también es padre. Una chica que le escribe una historia de amor a una
niña que no conocerá. Un abuelo que le habla a una fotografía. Un hombre y una
mujer que se dicen adiós en una esquina. No se conocen entre ellos pero a todos
les ocurren cosas parecidas: la vida, con sus insignificancias pero también con
sus grandes preguntas: cómo se enamora uno, por qué el amor que no se gasta se
endurece, qué es lo que nos da miedo. Deben elegir entre la vida que tienen y
la que imaginan”.
La tarde que abordé la lectura de estos veintiséis
relatos, pensé que sería una jornada para abrir y cerrar un libro, para leerlos
de principio a fin y me equivoqué rotundamente. Tal vez fueron sus ciento
treinta páginas las que me dieron esa sensación, cinco de cada una de ellas para
cada historia donde la ambientación, lo contado y sus protagonistas están
hilvanados a la perfección, sin costuras ni hilos sueltos. Hoy puedo recomendar
desde mi humilde opinión que se lea pausadamente, sin carreras y a ser posible
de tarde en tarde como el libro que reposa sin urgencia para ser disfrutado y
digerido poco a poco, debido al impacto de las emociones y sentimientos que sin
pensarlo se abalanzaron sin aviso sobre mí.
Todos son de una tristeza descarada que permanece
inalterable desde el primero hasta el último de ellos. No está sola, el amor
aparece en los relatos, lo hace en todas las dimensiones conocidas, se
convierte en un protagonista imprescindible y contribuye a la crudeza y realidad
de unas historias que son retazos de vida fríos, congelados, donde no hay
posibilidad de sorpresas o imprevistos.
Laura se aleja de la estructura tradicional del
relato al uso, no busca reflexión ni moraleja, le otorga un papel estelar a los
sentimientos y lo hace a través de temas que se repiten en todos y cada uno de ellos;
la muerte, la enfermedad, las ausencias, las decisiones, las pérdidas, la
familia, la pareja y sus complicadas relaciones…, todo lo que nos rodea en
nuestra vida cotidiana y que hace tan compleja y difícil nuestra existencia.
Cuando terminé de leerlos, identifiqué uno de los
objetivos de la escritora, generar dudas y preguntas en las que ella no debía
intervenir, más bien lo dejaba en nuestras manos y eso me gustó; sus relatos
hacen de espejo de muchas vivencias que hemos tenido en primera persona, y nos
invita a pensar a cerca de lo inútil de aferrarse a lo que ya “no sirve”; vamos
a lo poco rentable que es una “piscina vacía”.
A pesar de lo triste que puedan resultar lo
recomiendo de forma dosificada y comparto con vosotros una enseñanza que he
sacado, la vida tiene cosas bonitas y está bien que nos repitamos cada dos
segundos que es bella, pero la verdad es que ese optimismo impuesto es una
dictadura irreal que a veces nos estalla en la cara, un baño de agua helada que
nos despierta a la cruda evidencia del día a día, para por suerte, hacernos
fuerte y combativos ante la incuestionable realidad.
“Los
peores ruidos son los que no se oyen, los que hacen que las cosas desaparezcan
sin que sepamos muy bien por qué”.
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