Difícil
tarea la de comentar un libro donde la palabra “pena”
asume el papel protagonista; a menudo suspiramos y dejamos escapar la
expresión “que pena”, de forma mecánica y en la
mayoría de los casos no responde a una situación anímica
verdaderamente dramática ni irremediable... pero siempre está ahí,
en nuestro argot diario, incluso para cerrar un día más duro de lo
habitual.
Un
amigo que comparte conmigo la pasión por la lectura, me recomendó
esta novela corta que no dudé en leer a pesar del título que casi
anunciaba el contenido de la misma. Son muchas las razones por las
que los seres humanos acabamos sumidos en un sentimiento como la
pena, pero al igual que otras emociones las causas que
la provocan hacen variar la intensidad y los efectos de la misma. Sin
duda enfrentarse a la pérdida de un ser querido debe estar allí
donde los listones no se pueden poner más altos.
Lewis,
intentó superar la muerte de su esposa escribiendo a modo de diarios, en pequeños cuadernos, las reflexiones que invadían sus
pensamientos y que lo atraparon en un torbellino de preguntas que no hallaban respuestas. Fue su herramienta para calmar su dolor y
poner fin a ese sufrimiento que provoca el desconcierto y el
desgarro al que hay que enfrentarse cuando el ser amado se va.
Lo normal es acurrucarnos en lo emocional para sin quererlo
prolongar la angustia y el desconsuelo al que inevitablemente tarde o
temprano tenemos que enfrentarnos. Es admirable como en muy pocas
palabras el autor ha expuesto su “pena” en una vida
cotidiana en la que ya nada es igual y donde la evidente crisis de
fe, demanda con exigencias respuestas de Dios. Ante su particular
tortura de sufrimiento, en un callejón sin salida, este esposo
sucumbe a la lógica de la razón y al conformismo de su esencia
cristiana.
Sin
duda es una lectura potente e impactante, pero el repertorio de
sentimientos y emociones que muestra Lewis nos resulta familiar, y
lo mejor es la transparencia y sencillez a la hora de presentarlos.
No es un libro que se rechace por miedo a lo que se nos cuente, más
bien se empatiza y nos ayuda a reconocer que todos en algún momento
de nuestras vidas nos hemos hechos las mismas preguntas, hemos
sufrido y nos hemos perdido en una “pena” que no
parecía tener final.
Al
cerrar el libro, aprendí cosas que ya sabía; que el dolor no solo
es inevitable sino imposible de ignorar, que una vez que lo aceptamos
la vida se hace más llevadera, que echando mano de nuestros
mecánismos de defensas acabamos descubriendo o inventando estrategias
para alejarnos de él, que el tiempo no lo cura todo, más bien somos
nosotros los que con su paso nos vamos reconstruyendo y
defendiéndonos de ese imprevisible desastre, que la tristeza se
acomoda tan cerca de nosotros que parece que estuviera pegada a la
piel... demasiadas impresiones que forman parte de nuestra “genética de vida” y que Lewis escribió a modo de bálsamo en busca
de una oportunidad a la esperanza.
Escribo esta reseña y tengo en mi cabeza nombres de mujeres que en los últimos
años podían haber estado escribiendo estos cuadernos como
auténticas declaraciones de amor eterno, no las nombro porque
ellas saben quienes son, ellas deberían haber
escrito estas letras porque sólo ellas saben lo que es
ser la destinataria de tan amargo e injusto destino, y por eso les
dedico mi comentario y les deseo que el paso del tiempo sea generoso
con ellas, y las compense por tan irreparable
experiencia.
Os
garantizo que este libro cargado de sentimientos es una invitación a
bucear en la razón, la eterna contrincante del corazón y que cada
cual decida si ha valido la “pena” recrearnos en ella. Esta vez las frases para cerrar las he escogido de
la novela. Deseo que os aporte aquello que todavía no habéis
encontrado.
"Nadie
me había dicho nunca que la pena se viviese como el miedo. Yo no es
que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo
estoy."
"Los
rostros de los seres a quien mejor hemos conocido, los hemos visto
desde tantos ángulos, bajo tantas luces y dotados de tantas
expresiones (paseando, durmiendo, riéndose, llorando, comiendo,
hablando o pensando), que todas estas impresiones se nos enmarañan
simultáneamente dentro de la memoria y quedan confundidas en un
simple borrón."
"Porque
he descubierto una cosa, el dolor enconado no nos une con los
muertos, nos separa de ellos."
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