En
ocasiones elijo mis lecturas llevada por el número de sus páginas,
y de la misma manera voy relegando al olvido otras que atraída por
su argumento, me acobardan por su volumen; unas y otras tarde o
temprano acaban ante mis ojos para mi disfrute, pero reconozco que
hay épocas que prefiero cambiar continuamente y que entren y salgan
las historias y una vez agotada esa racha, abordar las grandes
empresas.
Hace
unos años conocí a Éric Faye a raíz de otro bonito libro a modo de
fábula oriental,
“Seda”,
de Alessandro Baricco, que sin saber muy bien porqué vino a mi memoria, tal vez por las alusiones a la literatura japonesa presente en ambas novelas. El título original es “Nagasaki”,
pero a nosotros nos ha llegado como “La
intrusa”.
El título está ajustado al argumento de la novela; argumento que
nace a raíz de una noticia de la que se habían hecho eco varios
periódicos nipones. Dicha
noticia relataba un suceso de esos que le dejan a uno con la boca
abierta: durante un año entero, un tipo japonés había estado
"conviviendo"
con una intrusa que se le había colado en su casa al verse en la
calle, sin dinero y sin nadie a quien acudir.
Por tanto inspirada en hechos reales de candente actualidad.
Narrada
en primera persona de manera alternativa por los dos únicos
personajes de la trama. Puedo deciros como se llama él, Shimura,
pero no puedo decir lo mismo de la intrusa, que carece de nombre
propio, lo que no deja de ser significativo. En escasas cien páginas
el autor cuenta una historia de vidas cruzadas, de paralelismos entre
dos personajes que tienen más en común de lo que a primera vista
pudiera parecer; aislamiento social, sentimiento de respeto y temor
mutuo en el marco de un espacio compartido y a la vez usurpado.
Siendo
un relato realista no roza en lo melodramático, abordando los temas
sociales con mucha pulcritud, tanto es así que podemos decir que “la
realidad supera en muchas ocasiones a la ficción”.
Ambientada
en Nagasaki, en un barrio a las afueras de la ciudad y la trama gira
alrededor de los detalles que observa Shimura en su hogar y como cada
cambio de su rutinaria y cerrada vida se van modificando sin una
razón aparente. Existen dos partes bien diferenciadas; la primera
presenta la trama y el día a día de un hombre que repite
mecánicamente sus actos; la segunda es menos extensa y en ella la
voz de la intrusa permite una exposición de las decepciones,
frustraciones y causa por la que se ha convertido en una “okupa
invisible” en
la casa que un día, tiempo atrás fue su hogar, en un intento por
reivindicar sus orígenes.
El
estilo es muy sencillo, conciso y libre; la prosa sin adornos ni
florituras, proporcionándole un ritmo justo sin sobresaltos. Es la
lectura que se hace en una tarde de relax y sillón cerca de una
ventana. Es de corte intimista con aires de nostalgia y tristeza que
invita a reflexiones profundas que nos hagan pensar que alrededor
nuestra hay otras vidas con diferente suerte a la nuestra y que no
por ello nos son ajenas. Es un pequeño tirón de orejas para superar
la pereza que tenemos a la hora de implicarnos en la vida de los
demás...
He
leído entre líneas como la soledad, el desarraigo, la fragilidad de
nuestra existencia, la indignación, la injusticia social, la
desesperación... son utilizadas por el autor para dar forma a esta
original obra que no por su brevedad deja de ser potente. Es muy
acertada para los tiempos que corren y las problemáticas que inundan
nuestros “telediarios”.
Los
personajes están muy bien perfilados y gracias a ellos conocemos las
cualidades de los mismos, la capacidad de resistir ante la adversidad
y la adaptación a la soledad como forma de vida.
Resulta
agradable de leer y nos provoca una necesidad de despertar del
egoísmo acomodado en el que vivimos cuando las vicisitudes no son
compañeras de
“piso”.
“Se
dice que dos bambúes del mismo tronco florecen el mismo día y
mueren el mismo día, por muy lejanos que sean los lugares del mundo
en que los planten”.
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