Cuando
una novela se me cruza persistentemente no puedo ignorarla, tarde o
temprano me rindo ante ella para desvelar la causa de su insistente
presencia. Hace unos meses “El año sin verano”
tomó ese papel de aparecer en todas las librerías y escaparates,
ante los que me detenía para ir agregando títulos a esa lista de
libros pendientes que yo mismo engordo día a día.
Desconozco
las razones pero me alegro de no haber mirado para otro lado, sólo
le puedo poner una pega que a la vez es una virtud, lo corta que es y
lo mucho que me hubiera gustado que hubiese sido el doble de lo que
es.
Podría
decir que por lo que he disfrutado y en vísperas de ese verano que se
acerca que, es muy adecuada como literatura de descanso y playa, pero
francamente suelo darle esa descripción a otro tipo de novela que
nada tienen que ver con la primera del periodista Carlos Del Amor.
Cuando
por las noches recorro calles, me apasiona mirar las ventanas
encendidas y contemplar algunas de las escenas que en ese apresurado
pasar en ocasiones acierto a ver; luego, con lo poco que he visto doy
riendas sueltas a mi imaginación y creo mentalmente historias de
gente que no conozco y a las que acabo atribuyéndole acciones buenas
y malas según mi criterio y generosidad.
Al
leer el argumento de este “Año sin verano” me
emocioné y sin pensarlo dos veces me puse “manos a la
obra”... lo mejor que he hecho últimamente sin despreciar
nada de lo leído hasta hoy.
El
título me asustó, madre, pensar en un año sin verano es toda una
tragedia al menos para los que le sacamos tanto provecho; y quizás
todo influyó para elegirlo. Lo que en un principio se presenta como
una simple historia de vecinos se convierte hábilmente en una novela
repleta de retazos de vidas ajenas que evolucionan envueltas en
ingredientes como secretos del pasado, misterios, muertes sin
resolver, pasiones, amores prohibidos, enamoramientos eternos,
apariencias que engañan...
Carlos
del Amor escribe dentro del género de la narrativa pero sin
encasillarla en otros subgéneros; podía ser autobiográfica,
policíaca, de misterios, romántica, hasta un melodrama... pero
mejor lo quedamos en una original novela dentro de otra novela, donde
la realidad se confunde intencionadamente con la ficción, llegando a
sembrar las dudas entre lo real y lo ficticio. Por supuesto es una
novela de las que llamamos coral por el despliegue de personajes que
desfilan a lo largo de la misma y de los que vamos sabiendo poco a
poco todo de ellos hasta dejar de ser “ajenos” para
convertirse en parte activa del relato.
El
argumento nos presenta a un periodista con bloqueo creativo que ante
las exigencias de su editorial, se refugia en un inmueble propiedad
de un familiar durante el mes de agosto nada más y nada menos que en
Madrid. Su intención es escribir la historia de su abuela, pero el
hallazgo fortuito de un manojo de llaves que abren todas las puertas
de la finca, le ofrece la posibilidad de dar un giro a sus
pretensiones literarias. Lo que comienza como un pasatiempo o
curiosidad mal sana, se materializa en una tentación difícil de
superar, llevándolo a visitar los domicilios que en esos momentos
están deshabitados.
En
esa violación intencionada de la intimidad ajena, nuestro osado
escritor se enfrentará con vidas anónimas de las que irá
descubriendo las realidades pasadas y presentes que las rodearon,
convirtiéndose en el detective de una trama por desvelar alrededor
de esas vidas cruzadas en el microcosmo de un vecindario madrileño.
Me
ha gustado el papel que Carlos le otorga al “vecino”,
ese gran desconocido del que nada sabes y sobre el que todo te
preguntas; vecino que resulta más interesante si lo melodramático
está cerca de él e irresistible, si algún secreto planea sobre su
persona. Junto a esta figura, un personaje inanimado, “el
ascensor”, lo que podría decir y aportar un ascensor si
pudiera hablar y que en la novela se presenta como un elemento
activo con categoría de actor secundario.
Narrada
en primera y tercera persona indistintamente,con un lenguaje sencillo
y elegante, buenas descripciones, utilizando el recurso de idas y
venidas del presente al pasado, muy bien escrita, sin madejas ni líos
que nos pierdan en una trama compleja; y repletas de guiños a la
cultura en general sin pasar por alto la literatura y el arte.
Sus
personajes podían ser nuestros vecinos, seres muy cercanos a los que
le pueden pasar las vivencias que se narran en la novela; incluso lo
referente a “cotilleos vecinales” son situaciones
que no caducan con el paso de los años y no tienen patria ni dueños.
Son de gran simplicidad y acercamiento. Todos forman parte del
misterio al que se enfrenta nuestro visitante “a domicilio”,
todos son parte de su novela dentro de otra novela, todos participan
de un final con truco, respondiendo a esa confusión de la realidad
más evidente.
Estaría
diseccionando “El año sin verano” pero no creo que
dejara nada por contar y el interés por leerla peligraría, mejor os
invito a que lo hagáis. Puede que tras una reseña con tantos
halagos después os decepcione; yo simplemente describo la sensación
agradable que he tenido leyéndola, porque me ha parecido
entretenida, ágil y amena... y hasta si me arriesgo muy tierna.
No
esperéis al verano.
”Nadie
cuenta o contamos la realidad totalmente al pie de la letra;
inventamos o maquillamos lo que vívimos para hacerlo un poco más
interesante”.
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