Cuando
hago referencias en mis reseñas a otras novelas, se despierta en mi
un gusanillo de nostalgia que me hace buscar en las estanterías el
libro en cuestión y claro una vez que lo hojeas, no tienes por menos
que detenerte en él y sumergirte nuevamente en su lectura; en lo que
llamamos “releer” y como para eso no soy perezosa,
he vuelto a disfrutar con “Seda” tanto o más que
la primera vez. Muchas veces me digo que debo abandonar esa
costumbre, porque el tiempo empleado en releer, se lo robo a lecturas
que me esperan impacientes, pero luego yo sola me consuelo diciendo
que no dejo de hacer lo que más me gusta, aunque lo haga por segunda
vez. Cada vez es diferente y todas son extraordinarias.
“Seda”
narra la historia de un comerciante francés, Hervé que
viaja continuamente a Japón para adquirir gusanos de seda con la
intención de abastecer la industria textil de su localidad natal en
Francia. El ambiente que sirve de escenario a este relato son las
relaciones comerciales de Europa durante el siglo XIX en las lejanas
tierras de Oriente. Podría parecer una novela histórica, pero no es
así, el tema universal que caracteriza la narración es el amor;
tanto es, que la aparición de una enigmática mujer en la vida de
nuestro viajero, con la que inicia un romance clandestino y
prohibido, lo que no deja lugar a dudas y como no hay dos sin tres,
el tercero “en discordia” es el tratante japonés
con quien se establecen los intercambios de mercancías entre ese
binomio geográfico de Oriente-Occidente.
A
lo largo de ciento veintiocho páginas, Alessandro construye una
intensa y lacónica historia repleta de sensualidad y seducción
valiéndose de dos modelos de amor, el convencional y el exótico,
representativo de los dos mundos que aparecen en la novela con una
contraposición cultural evidente y muy bien tratada.
En
los sesenta y cinco capítulos de escasa duración se aprecia un
cambio de ritmo que va creciendo a medida que avanzamos en la
lectura; todo ello utilizando un lenguaje de una extraordinaria
sencillez, conciso y dotado de un preciosismo literario que consigue
convertir un libro de viajes en una novela de amor. Me ha recordado
la estructura de las fábulas orientales o los poemas llamados
“Haiku”, por la manera tan profunda de evocar los sentimientos.
No
hay que olvidar la gran carga emocional y simbólica del relato y por
supuesto su merecido valor literario.
Quiero
detenerme en el papel que juega la mujer en la novela, representada
en la esposa de Hervé y la desconocida que permanece junto a su
benefactor japonés; en ambos casos es infravalorada pero sin duda
ajustada al estereotipo de mujer decimonónica.
La
recomiendo para descansar de lecturas de esas que yo llamo profundas,
no decepciona y aporta información suficiente para conocer las
lejanas tierras de Oriente. Como curiosidad decir que la portada es
la espalda de un kimono, prenda femenina de la mujer japonesa.
“Cerré
los ojos y le pedí un favor al viento: llévate todo lo que no sea
necesario. Estoy cansado de equipajes pesados que no me dejan
avanzar. De ahora en adelante solo quiero llevar lo que quepa en mis
bolsillos y en mi corazón”.
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