Por
primera vez y sin que se convierta en una cómoda costumbre voy a
inaugurar el comentario de esta “joya” con el
resumen de la misma, más que nada porque me parece que será de
ayuda para comprender la historia que en
ella
se nos cuenta delicadamente .Una madre soltera entra a trabajar como
asistenta en casa de un viejo y huraño profesor de matemáticas que
perdió en un accidente de coche la memoria (mejor dicho, la
autonomía de su memoria, que sólo le dura 80 minutos). Apasionado
por los números, el profesor se irá encariñando con la asistenta y
su hijo de 10 años, al que bautiza «Root» («Raíz Cuadrada» en
inglés) y con quien comparte una gran afición, la pasión por el
béisbol.
Pertenece
al género de literatura japonesa y según dicen las notas
biográficas fue un auténtico fenómeno editorial. Narrada en
primera persona por la asistenta todo el relato carece de una trama
predeterminada, su desarrollo es “el
día a día”
que se sucede en las visitas diarias al domicilio del profesor y
aquello que tiene lugar durante los 80 minutos que su memoria a corto
plazo permite. Cada mañana se revive el mismo inicio y así avanza
el relato desprovisto de intrigas, secretos, suspense, misterios por
descubrir, pasiones ocultas o cualquier ingrediente que pueda
enganchar al lector.
No
por estar ausentes de dichos elementos la narración queda mutilada
de elegancia, sencillez y ternura. Un tema se lleva el protagonismo;
las matemáticas, disciplina que ha marcado la vida del profesor
desmemoriado; eso y el béisbol, ambas modalidades servirán para
crear unos vínculos personales entre los miembros de este curioso
triangulo, al que nos es imposible nombrar por no aparecer nombres
propios para ninguno de sus miembros; solamente el niño recibe un
apodo relacionado con el mundo matemático, el resto se diferencian
por sus condiciones profesionales, una variedad poco habitual en las
novelas al estilo tradicional.
Considero
que es una historia entrañable acerca de la vida cotidiana, en ella
las matemáticas interpretadas por el profesor intentan dar
justificación al movimiento universal de las cosas que nos rodean;
pero mi lectura es más sencilla... los personajes reflejan valores
defendidos como seña de identidad del pueblo nipón: sentido del
deber, generosidad, honradez, compromiso, lealtad, sinceridad y
discreción. La asistente representa el valor de la mujer en
situación de madre soltera que se defiende ante las trabas de la
sociedad, el niño presenta un grado de madurez poco frecuente en el
mundo occidental y el profesor es el reflejo de la soledad física y
emocional en el que está sumido rutinariamente tras 80 minutos de
vida.
La
autora ha confeccionado una tela de araña reforzada por vínculos de
necesidades comunes a los tres, dando respuestas a las mismas a lo
largo del relato. Se asiste a desafíos personales, a un acercamiento
entre personajes que nunca van más allá de lo estrictamente
permitido, el cariño tiene las fronteras definidas; gran profundidad
la que despide el triangulo que crean ese especial trío y que
siempre se percibe hasta donde van sus aspiraciones... lo puramente
real nunca debe superar los deseos del corazón.
Yo
no soy experta en matemáticas y reconozco que cuesta comprender las
explicaciones del profesor e integrarlas en las justificaciones que
da acerca de ciertos temas; ahora bien, como la historia me tenía
emocionada cuando los números me superaban, saltaba y buscaba el
párrafo que me conectaba con lo que yo comprendía de la historia
que quería seguir leyendo; de manera que no puedo afirmar que
gracias a la novela le he cogido cariño a los números ni mucho
menos.
La
recomiendo a los apasionados de las matemáticas, de los problemas de
lógica, de los entretenidos en desvelar ecuaciones y por supuesto a
los que quieran disfrutar de una historia de ternura y amistad con un
final conciso, real y tan esperado como bien recibido.
“Ver
el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre”
“Tener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una
hora”.
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