jueves, 15 de febrero de 2018

Un lugar a donde ir, María Oruña


Buscando un  descanso intencionado y dentro de un momento de crisis de esos de “no encuentro la lectura que necesito”, he optado por la siguiente novela de María Oruña, “Un lugar a donde ir”; sobra decir que no me ha decepcionado porque yo tenía claro lo que me iba a encontrar… y así ha sido. Es una continuación de “Puerto escondido”, de hecho aparecen los mismos personajes y la misma ambientación, una novela al más puro estilo de suspense, donde los cadáveres aparecen con una alegría digna de aplaudir. Es la novela que entretiene, engancha y sabes que la vas a terminar por muy floja y cansina que resulte.
Han transcurrido varios meses desde que Suances, un pequeño pueblo de la costa cántabra, fuese testigo de diversos asesinatos que sacudieron a sus habitantes. Sin embargo, cuando ya todo parecía haber vuelto a la normalidad, aparece el cadáver de una joven en La Mota de Trespalacios, que es el lugar donde se encuentran las ruinas de una inusual construcción medieval. Lo más sorprendente del asunto no es que la joven vaya ataviada como una exquisita princesa del medievo, sino el objeto que porta entre sus manos y el extraordinario resultado forense de su autopsia.
Cuando hasta los más escépticos empiezan a plantearse un imposible viaje en el tiempo, comienzan a sucederse más asesinatos en la zona, que parecen estar indisolublemente unidos a la muerte de la misteriosa dama medieval.
Mientras Valentina Redondo y su equipo investigan los hechos a contrarreloj, Oliver Gordon, ayudado por su viejo amigo de la infancia, el músico Michael Blake, buscará sin descanso el paradero de su hermano Guillermo, desaparecido desde hace ya dos años, descubrirán que la verdad se dibuja con contornos punzantes e inesperados.
Nuestra abogada y escritora gallega se ha atrevido con una nueva entrega de la teniente Valentina Redondo a la que parece todo se le pone de color de hormiga, tanto, que mejor no tenerla como amiga por aquello de verse siempre rodeada de muertos. Una trama principal alrededor de unas muertes inexplicables y unas subtramas de carácter personal y profesional que alargan un argumento de casi quinientas páginas que podía haberse acortada a la mitad.
Una historia con todos los ingredientes policiacos que la autora adorna con una perfecta ambientación y un exceso de documentación que nos priva de poder ir por delante de la investigación y descubrir a los culpables. No es bueno que se nos de todo hecho, que las explicaciones aparezcan sin justificación y que no haya lugar para reflexiones propias, sino las de la escritora y eso desmerece otros aspectos de la narración.
Bien estructurada, tres momentos temporales y tres voces para ejecutar la narración, prosa mejorable y diálogos demasiados largos y repetitivos. Dividida en quince capítulos en los que afortunadamente siempre ocurre algo y todo salvando las contrariedades de los cambios de ritmo de la historia. Tiene mucho de las novelas nórdicas y su manera de plantear los misterios, incluso el tratamiento de los personajes que aparecen cargados de datos personales innecesarios en la trama.
Casi al final saqué la conclusión de que el argumento era bastante rocambolesco para el escenario tan realista en los preciosos parajes de las cuevas cántabras, algo que me hizo pensar en las muchas coincidencias con “Los ritos del agua”, el éxito de este pasado verano.
A pesar de lo que pueda parecer la reseña, la recomiendo por entretenida, por  su estilo sencillo y fácil de seguir, porque engancha y resulta agradable, y porque al final esperas un desenlace que te sorprenda y compense de tantas explicaciones y aclaraciones innecesarias. Es bueno saber que cuando elegimos lo hacemos con criterio y a sabiendas del momento y de las expectativas, por eso sigo pensando que le puede gustar a muchos lectores, de manera que nadie prive a María Oruña de su segunda entrega de la investigadora Redondo. Espero que os guste.
“Si algo te lastima retíralo de tu vida, te dolerá un tiempo pero no toda la vida”.

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