jueves, 24 de julio de 2014

Las tres heridas, Paloma Sánchez Garnica

Que difícil comentar una obra maestra como la que acabo de terminar. Sencillamente espectacular, inolvidable, de esas que permanecen en el recuerdo y no pasan de “puntillas” por nuestro repertorio de de lecturas.
En más de una ocasión me he acobardado por el número de páginas que contienen novelas que son fiables en su argumento y atractivas en su portada; ambos recursos son dos ganchos infalibles para elegirlas, pero casi setecientas páginas suponen tirarse al vacío con el consecuente peligro de estrellarse y tener la sensación de haber perdido la oportunidad de leer en ese tiempo, algo menos voluminoso y de calidad.
Que Dios me conserve otros sentidos porque el de la intuición me está fallando. Tengo que lamentarme por no haberme lanzado en plancha a la lectura de “Las tres heridas” en el momento en el que se cruzó en mi camino, la cobardía y la torpeza son casi primas hermanas, de manera que más vale tarde que nunca y con “la herida” que el retraso me ha causado, voy a intentar venderos una obra que es algo más que su portada y sus “intimidatorias páginas”.
Una fotografía encontrada en el original rastro de Madrid por un escritor deseoso de escribir la historia de su vida, es el arranque perfecto para construir un relato ambientado en el marco histórico trillado de la guerra y posguerra española; ahora bien que nadie crea que va a encontrar un enfoque bélico de lo que fue la contienda ni una historia de vencedores y vencidos... ya la he aparcado por ser larga no la vamos a rechazar por “lo de siempre”. Precisamente uno de los atractivos es la objetividad a la hora de tratar el tema y la visión de ecuanimidad que alcanza respecto a las “heridas” de la Guerra Civil.
Ernesto Santamaría es el incansable escritor que provoca una trama alrededor del misterio que rodea a los personajes de la foto, a lo que aconteció en sus vidas y en las vidas de aquellos que les conocieron. Todos forman un listado de personajes que permite hablar de “novela coral”, en ella, Paloma los crea y los modela a través de sus experiencias, los ayuda a evolucionar víctimas del paso del tiempo, le otorga la capacidad de ser de “carne y hueso”, les regala descripciones ajustadas a los estereotipos de la sociedad del Madrid de los años cuarenta, deleitándonos con un retrato de una época que por desgracia se dilató demasiado en el tiempo y de la que aún quedan secuelas.
El equilibrio narrativo es impresionante, la autora crea un clima para que nos enganchemos a la historia; no hay cabos sueltos, todos los personajes guardan alguna relación que tarde o temprano se deja ver, la lucha interna que viven testifican que “nada volvió a ser igual” tras el “36”, la ausencia de referencias históricas de batallas y militares, regala a los personajes momentos estelares evitando “sombras” que nos tienen saturados y que refuerzan la imparcialidad de la escritora. Sin duda las dosis de realismo son incuestionables pero es cierto que nos invita a confundir realidad y ficción, a enfrentarnos sin perjuicios al descubrimiento de una historia de amistad, amor, generosidad y rencores que persigue el restablecimiento de la dignidad y la memoria de una pareja y su corta vida, dando como resultado una de las novelas de reconciliación más bonitas de cuantas he leído.
Dos fuentes de documentación se aprecian en este desafío literario; una sin duda la ejecutada por Paloma Sánchez gracias a la cual la ambientación histórica roza la perfección y otra la que proporciona Teresa Cifuentes, personaje que absorbe buena parte de la novela y que setenta y cuatro años después trasmite a Ernesto sus recuerdos, desvelando datos acerca del paradero de los que formaron parte de su vida, de su trayectorias personales, el papel que jugaron a los largo de los años y lo mejor de todo habla de las ausencias y la “huella” eterna que esto deja en los corazones.
Para animaros me gusta hacer mención a la estructura de la novela; dividida en capítulos de extensión genialmente calculada, usando el recurso de dividir en tramos dichos capítulos. Con dos narradores que representan dos momentos temporales diferentes y que curiosamente los diferencia con alusiones a la climatología, hablando del calor para hechos del pasado y del frío para el inmediato presente; siempre con un lenguaje sencillo y coloquial con términos que permiten diferenciar la clase social a la que pertenece el personaje en cuestión.
Su título hace referencia a un poema de Miguel Hernández, “Llegó con tres heridas”: el amor, la vida y la muerte. Además de esta joya, Paloma encuentra instantes a lo largo del relato para brindar un homenaje a los que son grandes hitos de la literatura española: Ramón J. Sénder, Lorca, Alberti, Vicente Alexander, Muñoz Molina e incluso escritores de la talla de Mario Vargas Llosa y Alejandro Dumas; y es que en ningún sitio “están de más” tan ilustres “personajes”.
Particularmente reconozco una novela de mujeres, de familias, de nombres propios... con ciertos rasgos que ya hemos leído en otras basadas en este momento histórico pero que sin querer solemos mezclarlas por sus semejanzas de hechos narrados, dosis de morbo y finales repetidos. Con las “Tres heridas” no pasa eso, será siempre la novela de la foto que escondía un gran relato inolvidable, para mí es la novela “bálsamo” de la Guerra Civil que a pesar de su extensión no se estira innecesariamente y progresa inteligentemente hasta llevarnos a un final de “aplauso”.
Finalmente no quiero dejar pasar la oportunidad de felicitar a la escritora por el personaje de Rosa del que no voy a desvelar nada pero su participación es tan discreta que nadie espera lo mucho que aporta a la trama. De ella son las palabras de la frase que cierra la reseña y que espero no haya sido “demasiado larga”.

Nadie en la ficción pretende encontrar la realidad, para eso ya tenemos la vida”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario