Que
difícil comentar una obra maestra como la que acabo de terminar.
Sencillamente espectacular, inolvidable, de esas que permanecen en el
recuerdo y no pasan de “puntillas” por nuestro
repertorio de de lecturas.
En
más de una ocasión me he acobardado por el número de páginas que
contienen novelas que son fiables en su argumento y atractivas en su
portada; ambos recursos son dos ganchos infalibles para elegirlas,
pero casi setecientas páginas suponen tirarse al vacío con el
consecuente peligro de estrellarse y tener la sensación de haber
perdido la oportunidad de leer en ese tiempo, algo menos voluminoso y
de calidad.
Que
Dios me conserve otros sentidos porque el de la intuición me está
fallando. Tengo que lamentarme por no haberme lanzado en plancha a la
lectura de “Las tres heridas” en el momento en el
que se cruzó en mi camino, la cobardía y la torpeza son casi primas
hermanas, de manera que más vale tarde que nunca y con “la
herida” que el retraso me ha causado, voy a intentar
venderos una obra que es algo más que su portada y sus
“intimidatorias páginas”.
Una
fotografía encontrada en el original rastro de Madrid por un
escritor deseoso de escribir la historia de su vida, es el arranque
perfecto para construir un relato ambientado en el marco histórico
trillado de la guerra y posguerra española; ahora bien que nadie
crea que va a encontrar un enfoque bélico de lo que fue la contienda
ni una historia de vencedores y vencidos... ya la he aparcado por ser
larga no la vamos a rechazar por “lo de siempre”.
Precisamente uno de los atractivos es la objetividad a la hora de
tratar el tema y la visión de ecuanimidad que alcanza respecto a las
“heridas” de la Guerra Civil.
Ernesto
Santamaría es el incansable escritor que provoca una trama alrededor
del misterio que rodea a los personajes de la foto, a lo que
aconteció en sus vidas y en las vidas de aquellos que les
conocieron. Todos forman un listado de personajes que permite hablar
de “novela coral”, en ella, Paloma los crea y los
modela a través de sus experiencias, los ayuda a evolucionar
víctimas del paso del tiempo, le otorga la capacidad de ser de
“carne y hueso”, les regala descripciones ajustadas
a los estereotipos de la sociedad del Madrid de los años cuarenta,
deleitándonos con un retrato de una época que por desgracia se
dilató demasiado en el tiempo y de la que aún quedan secuelas.
El
equilibrio narrativo es impresionante, la autora crea un clima para
que nos enganchemos a la historia; no hay cabos sueltos, todos los
personajes guardan alguna relación que tarde o temprano se deja ver,
la lucha interna que viven testifican que “nada volvió a
ser igual” tras el “36”, la ausencia de
referencias históricas de batallas y militares, regala a los
personajes momentos estelares evitando “sombras” que
nos tienen saturados y que refuerzan la imparcialidad de la
escritora. Sin duda las dosis de realismo son incuestionables pero es
cierto que nos invita a confundir realidad y ficción, a enfrentarnos
sin perjuicios al descubrimiento de una historia de amistad, amor,
generosidad y rencores que persigue el restablecimiento de la
dignidad y la memoria de una pareja y su corta vida, dando como
resultado una de las novelas de reconciliación más bonitas de
cuantas he leído.
Dos
fuentes de documentación se aprecian en este desafío literario; una
sin duda la ejecutada por Paloma Sánchez gracias a la cual la
ambientación histórica roza la perfección y otra la que
proporciona Teresa Cifuentes, personaje que absorbe buena parte de la
novela y que setenta y cuatro años después trasmite a Ernesto sus
recuerdos, desvelando datos acerca del paradero de los que formaron
parte de su vida, de su trayectorias personales, el papel que jugaron
a los largo de los años y lo mejor de todo habla de las ausencias y
la “huella” eterna que esto deja en los corazones.
Para
animaros me gusta hacer mención a la estructura de la novela;
dividida en capítulos de extensión genialmente calculada, usando el
recurso de dividir en tramos dichos capítulos. Con dos narradores
que representan dos momentos temporales diferentes y que curiosamente
los diferencia con alusiones a la climatología, hablando del calor
para hechos del pasado y del frío para el inmediato presente;
siempre con un lenguaje sencillo y coloquial con términos que
permiten diferenciar la clase social a la que pertenece el personaje
en cuestión.
Su
título hace referencia a un poema de Miguel Hernández, “Llegó
con tres heridas”: el amor, la vida y la muerte. Además de
esta joya, Paloma encuentra instantes a lo largo del relato para
brindar un homenaje a los que son grandes hitos de la literatura
española: Ramón J. Sénder, Lorca, Alberti, Vicente Alexander,
Muñoz Molina e incluso escritores de la talla de Mario Vargas Llosa
y Alejandro Dumas; y es que en ningún sitio “están de más”
tan ilustres “personajes”.
Particularmente
reconozco una novela de mujeres, de familias, de nombres propios...
con ciertos rasgos que ya hemos leído en otras basadas en este
momento histórico pero que sin querer solemos mezclarlas por sus
semejanzas de hechos narrados, dosis de morbo y finales repetidos.
Con las “Tres heridas” no pasa eso, será siempre
la novela de la foto que escondía un gran relato inolvidable, para
mí es la novela “bálsamo” de la Guerra Civil que
a pesar de su extensión no se estira innecesariamente y progresa
inteligentemente hasta llevarnos a un final de “aplauso”.
Finalmente no
quiero dejar pasar la oportunidad de felicitar a la escritora por el
personaje de Rosa del que no voy a desvelar nada pero su
participación es tan discreta que nadie espera lo mucho que aporta a
la trama. De ella son las palabras de la frase que cierra la reseña
y que espero no haya sido “demasiado larga”.
“Nadie
en la ficción pretende encontrar la realidad, para eso ya tenemos la
vida”.
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