martes, 27 de mayo de 2014

Las cien voces del diablo, Ana Cabrera Vivanco

Segunda novela de la escritora cubana Ana Cabrera Vivanco que no deja de sorprenderme en su derroche de imaginación y capacidad narrativa. Nuevamente el ambiente caribeño está presente en esta original y curiosa historia de personajes que forman parte de una microsociedad desarrollada en un pueblo de nombre tóxico, Villa Veneno.
Tras la lectura de las adecuadas doscientas ochenta y ocho páginas, la autora construye un argumento entorno al devenir de una familia cubana durante los años cincuenta y la trayectoria de la misma a lo largo de décadas; en realidad me atrevería a decir que es el retrato de un pueblo y de sus moradores ya que son muchos los personajes y demasiadas las historias contadas como para centrar la obra exclusivamente en los “Amargo”, apellido del general cabeza de esta saga tan escalofriantemente peculiar.
Estructurada en tres partes y dividida en capítulos favorece la lectura y salva la contrariedad de la profusión de personajes y la lentitud narrativa del inicio.
El argumento es tarjeta de identidad de Ana Cabrera, con enormes habilidades para contar historias, confecciona un argumento a modo de maraña en la que se mezclan personalidades, vivencias y acontecimientos que en un momento determinado sumergen al lector en una confusión inevitable, para ser ella misma inteligentemente ,la que hilvane todos y cada uno de los elementos de la novela, para cerrar con maestría la trama principal y no dejar cabos sueltos ni sensación de faltar o sobrar contenido a la novela.
Su estilo es lo que conocemos como prosa poética, dentro del realismo mágico que ya utilizó en “Las horas del alma” identificando el recurso de arrastrar tramas paralelas e independientes para hacerlas coincidir en un final de traca.
Prevalece la narración sobre el diálogo, escaso y bien medido; el ritmo aumenta a medida que se avanza en la obra, mantiene la intriga e introduce dosis de erotismo y sensualidad en numerosos pasajes sin rozar lo obsceno o desagradable y convirtiendo lo vulgar en naturalidad.
El lenguaje utilizado es asequible pero es cierto que la presencia de expresiones localistas dificultan en momentos concretos el significado de aquello que la escritora nos cuenta, por lo que hay que tirar de intuición, sin que ello desmerezca la presencia de los mismos.
Verdaderamente la forma de todas y cada una de las historias es mérito de los personajes que presenta la autora; entre todos y gracias a sus particulares “historias” se desencadena un tsunami de enredos, misterios, pasiones, comportamientos, desgracias, engaños, odios, tentaciones y culpas que nos llevan al desenlace inesperado y a la vez anunciado.
Merece la pena detenerse en todos y cada uno de estos “actores” con personalidades y cualidades muy particulares y originales que los distinguen entre ellos y que Ana describe a conciencia para darles un carácter extremo a sus formas de actuar. Resultan estrambóticos, capaces de las más fantásticas situaciones,emparejados representan una ecuación de amor frustrado no correspondido que se repite constantemente a lo largo de los capítulos en parejas diferentes, creando un halo de desdicha perpetuo. Admirable la cantidad de registros que aparecen en esta galería de seres marcados por su destino.
Mención especial a Jacinto, mujeriego, irresponsable y cruel con el género femenino; Leonor y Nina, la noche y el día en todas sus facetas y que absorben buena parte de la potencia de las acciones de la trama y por supuesto Lucifer, el hijo con nombre endeminiado que abre y cierra la novela, epicentro e hilo conductor de esta obra. Para no ser injustos es de ley avisar a los lectores que existen personajes secundarios de merecido aplauso por el juego que dan a las historias y por lo dicho anteriormente, son Teodoro el sacerdote, el médico o Venancio el maltratado e inservible marido de Leonor. Todos juegan un papel calculado en todas y cada una de las sorpresas de la novela y somos testigos de la evolución de los mismos desde lo que fueron en sus inicios hasta su ocaso en el momento de cerrar el libro.
Aunque está clara la dureza del tema de fondo y sin apartarse de su carga dramática , existen guiños de humor de agradable acogida.
Cuando he leído “Las cien voces del diablo” he recordado otras novelas que se ajustan a este estilo y he recordado a escritores como Isabel Allende, Laura Esquivel o Gabriel García Márquez, pero ello no resta mérito a la autora. En esas novelas como en esta se repiten elementos propios del realismo mágico; haciendas con nombres inolvidables, “Los tres soles”, supersticiones, cualidades en las personajes que rozan lo paranormal, encantadores de mujeres, hijos ilegítimos, fantasmas, hembras de razas, enemigos eternos... Pero, al igual que en aquellas que ocuparon nuestras tardes de lecturas y no decepcionaron, en este caso a mi personalmente me hacen confesar que disfruto sabiendo que la fantasía sigue superando a la realidad.

Puesto que la realidad había resultado ser una tirana sanguinaria, pedí refugio y asilo a la generosa fantasía”.

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