Imposible
resistirse a un título donde aparece el nombre de uno de los grandes
pintores de la pintura flamenca holandesa; Johannes Vermeer, tiemblo
de emoción cuando entono su nombre, imaginaros lo que disfruto
contemplando su obra, estudiando sus cuadros y conociendo los
secretos que rodearon la vida de tan extraordinario artista.
Mar
Mella ha escrito una novela cuyo argumento gira alrededor del viaje
que vive uno de sus últimos cuadros desde el taller del pintor hasta
nuestros días.
Podría
contar la reseña y adelantar ligeramente el contenido de la obra,
pero sería necesario leerla para apreciar todo lo que esta autora ha
querido contarnos en su primera producción literaria. Siguiendo mi
costumbre no lo voy hacer, pero os contaré porque creo que estaría
bien que la leyerais.
La
novela se ajusta a la extensión requerida para desarrollar una trama
como la que plantea la escritora, cuando contamos menos de quinientas
páginas nos sentimos capaz de enfrentarnos sin esfuerzo al argumento
previsto. Su estructura nos es ya familiar, tres momentos temporales
y tres ambientes para ir avanzando inteligentemente en un ir y venir
del pasado al presente pero sin abusos, lo que facilita el
seguimiento del relato. Dividida en capítulos presentados con
nombres alusivos al mundo de la pintura y sus colores: “Del blanco
plomo”, “Del rojo ocre”, “Amarillo India” y “Azul
ultramar”; todos son exquisitamente descritos en lo que a sus
orígenes se refiere aportando una serie de conocimientos que
enriquecen enormemente la temática elegida para la novela.
Respecto
a los personajes, dos adquieren el papel estelar, entorno a sus vidas
pasadas y presentes gira el peso de la trama; junto a ellos otros
secundarios, imprescindibles para el argumento y justificados en
determinados pasajes por la trascendencia de sus actos. No son los
únicos, pero al contrario que en otras ocasiones la galería de
actores es reducida y se agradece porque le priva a la novela de una
pesadez mal avenida. Hay que decir que todos están muy bien
perfilados y descritos tanto física como psicológicamente, gracias
a lo cual nos hacemos una idea cerrada de la personalidad de los
mismos y las actuaciones que tienen en un mundo como el que presenta
la escritora.
Como
parte de la estructura argumental, Mar construye los personajes para
intervenir de forma aislada, pero conforme se desarrolla la obra,
hilvana sus vidas, actuaciones, relaciones familiares, pasados,
secretos, inquietudes, trabajo, necesidades afectivas y dependencias,
hasta incluirlos a todos en un lienzo que acaba formando parte de un
mismo cuadro.
Contada
en tercera persona, el escenario en el que se mueve la novela es el
complejo mundo del arte con mayúsculas, la buena documentación de
la que hace gala nos permite acceder al ámbito de los museos, las
exposiciones, galerías, mecenas, marchantes, mercado negro,
subastas, falsificaciones, los traslados de las obras y como no, el
campo de la restauración, profesión que ejercen más de uno de los
personajes.
Muchos
son los temas que se tratan en “Azul Vermeer”; las relaciones
familiares, infancias y hogares rotos, adversidades sociales y
económicas, supervivencias extremas, pago de deudas, compromisos
históricos, amistad incondicional, los triángulos amorosos... pero
la vida del cuadro y la labor de los restauradores se lleva la palma.
En un marco de intrigas alimentadas por todos estos aspectos, hemos
aprendido curiosidades acerca de las pinturas, sus técnicas,
métodos, soportes, mantenimiento, datación, pigmentos y lo que es
más importante a niveles de “andar por casa”, apto para
cualquier lector y sin necesidad de tener conocimientos previos en la
materia.
Cuenta
con un ritmo constante que no permite que nos perdamos en
divagaciones ni caer en el aburrimiento, crece en interés y
curiosidad tanto en lo referente a la trama como en el hecho de saber
más de los grandes de la pintura flamenca, de agradecer las
menciones a Van Eyck y por supuesto a Rembrandt; es un hecho
constatado el amor por el arte y los misterios de esta escritora.
Creo
que poco más tengo que decir para animar a su lectura, lo más
agradable es que no deja cabos sueltos que tenga que recuperar
forzadamente e incorporarlos a destiempo, todo perfectamente atado y
como guinda un final sorprendente, no se puede pedir más. Tiene
ciertos guiños hacia momentos de la Historia en los que el mundo del
arte vivió grandes peligros siguiendo el destino de la humanidad que
los vio nacer y perderse en el tiempo.
Despedirme
diciendo que leerla con el entusiasmo que yo lo he hecho, proporciona
tanto disfrute como la contemplación de un buen cuadro y si es de
Johannes Vermeer y su “Azul ultramar” mejor.
“Cada
quien elige los labios que quiere besar, los ojos que quiere mirar,
el corazón que quiere cuidar y a la persona a la que quiere
alegrar”.
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