Una foto sugerente e irresistible para
ilustrar la sexta entrega de la saga del patólogo Quirke y su inseparable
detective Hackett. Escrita por Benjamin
Black, seudónimo del escritor, Jhon Banville, de quien soy seguidora desde hace
tiempo cuando descubrí la primera de las novelas de este particular forense, e
imaginé y acerté en la elección y salvo pequeños detalles, sus registros
responden a la prosa impecable a la que nos tiene acostumbrado.
“La madrugada en que el cuerpo de Jimmy Minor
aparece flotando en las oscuras aguas del canal, ni Quirke ni su hija Phoebe
pueden intuir hasta qué punto esa muerte va a remover sus propias vidas.
Mientras Phoebe abre los ojos a una sensualidad desconocida, la investigación
arrastra a Quirke de regreso al infierno de su infancia en el orfanato católico
de Carricklea.
¿Podrá descubrir qué callan los muros de Trinity
Manor? Y si lo consigue, ¿será capaz de sobrevivir a la herida de los propios
recuerdos y regresar a la superficie del mundo actual?”.
Diez años
lleva nuestro forense siendo el protagonista de estos casos de crímenes que
tienen como escenario el Dublín de los años 50. Nuevamente las parejas hacen
aparición a la hora de enfrentarse con los crímenes; detective Hackett y doctor
Quirke. La arquitectura de los personajes es lo más admirable en el autor de
“El libro de las pruebas” y las seis entregas anteriores de esta saga. La
lectura de todas ellas se puede hacer de forma independiente, pero en esta
última entrega se aprecian innumerables alusiones a las anteriores, de ahí que
es bueno leerlas cronológicamente, pero no imprescindible, quedan pues
recomendadas todas.
Un caso
de asesinato en el que la víctima es un amigo de su hija, personaje recurrente
en la saga de Quirke, la personalidad del muerto irá presentando datos que poco
a poco obligan a nuestro forense a enfrentarse con las partes más oscuras de su
pasado. La muerte en este argumento cobra vida hasta rangos poco habituales en
el autor, a mi gusto en exceso; aún así muy ajustadas en descripciones y
detalles habitual en este maestro de las
letras irlandesas.
Dos
líneas argumentales he creído diferenciar; por un lado la investigación del
periodista acerca de los “Tinkers”, familias nómadas que viven a las afueras de
Irlanda en campamentos infrahumanos, y que le cuesta la vida al joven
“intruso”; y por otro la vuelta al siniestro “Tryniti Manor”, internado regido
por el padre Michael Honan director de los Padres de la Santa Trinidad, donde
reposan los recuerdos más amargos y traumáticos de Quirke. Gracias a esta doble
trama asistimos al crecimiento continuo de un personaje que no deja de hacerse
grande en lo personal y en lo emocional.
Editada
en 2015, sin duda es de las escritas la que más ahonda en la mente de nuestro
protagonista, sin desmerecer la complejidad y exquisita construcción del resto
de los personajes. Casi trescientas páginas de prosa impecable y lenguaje
sencillo y cuidado. La ambientación del Dublín de los cincuenta sirve de
escenario a temas como la indefensión infantil, el silencio y la culpa, y por
supuesto la denuncia y crítica valiente hacia los abusos ejercidos por los
estamentos eclesiásticos. Con este cóctel de recursos, el crimen no deja de ser
una excusa en el relato de una de las más duras, complejas y conmovedoras
historias de esta irresistible saga.
Me ha
parecido la más de las psicológicas de las leídas hasta ahora, menos suspense y
más atención a los traumas y heridas que han forjado el carácter de un Quirke
que se nos muestra más alcoholizado y desgarrado que nunca.
Recomendada
sin pega alguna, especialmente para los que disfrutan con la buena literatura
mezcla de Banville y Black.
“La sombra no existe, lo que tu llamas sombra es la luz que no ves”.
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