Es la segunda novela de Carson
McCullers que leo, la primera llevaba el curioso título de “Reloj sin manecillas” y recuerdo
que la forma de escribir de esta escritora me resultó bastante original y
curiosa. Su producción literaria ha sido recuperada por Seix Barrall en el
2002, y tras una rentable campaña de promoción, hemos descubierto a una de las
grandes representantes de la narrativa americana.
“El corazón es un cazador
solitario” fue escrita en 1940, contaba entonces Carson McCullers con
veintitrés años y con ella inauguró su prometedora carrera, con un estilo
sencillo y claro que la acompañó en toda su producción literaria.
Descubrí esta novela gracias a las
recomendaciones de una compañera de trabajo, habiendo leído la anterior no me
costó decidirme esperando encontrarme un relato potente e inolvidable. No tengo
claro el resumen o sinopsis, cuando investigué acerca de la personalidad de la
autora me quedé con algunos datos que posteriormente he creído reconocer en su
novela, de manera que no descartó las pinceladas autobiográficas de la misma. A
lo largo de casi cuatrocientas páginas, asistimos a una historia que cobra vida
en una ciudad con ambiente sureño, protagonizada por cinco personajes
solitarios que exponen sus vidas interiores y sus limitaciones para conseguir
comunicarse. Todos comparten rasgos de soledad, marginación y rechazo social; y
todos se exponen igualmente a la luz del mundo y de cuanto les rodea de forma
descarnada, tras un enorme esfuerzo por exteriorizar cualquier emoción o
sentimiento.
Resulta una mezcla de realismo y
humanidad, con una trama de situaciones que nacen en la más evidente cotidianeidad
a través del retrato intimista de personajes humildes pero con altas dosis de
dignidad. Sin duda lo más llamativo es la arquitectura de cada personaje
realizado con esmero e inteligencia. Lo variopinto de esta galería abarca desde
un médico de color, un sordomudo, el borracho, el dueño del bar hasta la
adolescente que encarna las cuestiones de problemática de género de máxima
actualidad. Cada uno de ellos representa un valor diferente, pero sin duda es
el exponente de una oda a la amistad sin condiciones. Es Singer, el sordomudo
el que paradójicamente hace de nexo en un relato donde las barreras de la
incomunicación son todo un desafío.
Recomiendo su lectura aunque
reconozco que el ritmo es algo lento, pero igualmente descubres que sus temas
de fondo son atemporales, no caducan, suceden en los años cuarenta y no han
perdido actualidad. Escrita con simpleza y vocabulario asequible y sencillo,
sin duda una historia de vidas ajenas bien contada, profunda y emotiva.
“La fuerza de un
guerrero depende del tamaño de su corazón”.
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