Cuando
elijo una novela de Luis Landero, nunca estoy segura si acabaré abrazando al
libro o por el contrario “arremetiendo” contra él. Las dos obras que más me han
gustado de este paisano son, “Hoy, Júpiter” y “El
balcón en invierno”; otras, a pesar de haberlas leído me han quedado sumergidas
en un mar de confusión que francamente no acabo de considerarlo un escritor “por
el que muera” o “al que mate”. Ya más en serio, después de algo más de
trescientas páginas, “La vida negociable” no ha sido lo que esperaba y junto a
otras que no voy a nombrar, me ha resultado el “Landero” que no volvería a
leer, pero ante esa incertidumbre que rodean sus creaciones nunca acabo por
desterrarlo del todo, aunque a mi entender esperaba más.
“Hugo Bayo, peluquero de profesión y genio incomprendido, les cuenta a sus
clientes la historia de sus muchas andanzas, desde su adolescencia en un barrio
de Madrid hasta el momento actual, ya al filo de los cuarenta, en que sigue
buscándole un sentido a la vida. Y así, recordará la relación tormentosa y
amoral con su madre, el descubrimiento ambiguo de la amistad y del amor, sus
varios oficios y proyectos, sus éxitos y sus fracasos, y su inagotable
capacidad para reinventarse y para negociar ventajosamente con su pasado, con
su conciencia, con su porvenir, en un intento de encontrar un lugar en el mundo
que lo reconcilie finalmente consigo mismo y con los demás”.
El protagonista
indiscutible es Hugo, quien nos va narrando en primera persona sus vivencias y
la capacidad de sobrevivir y reinventarse al margen de las circunstancias que
le rodean. Es sencillamente el relato de un pícaro en los tiempos modernos.
Como personaje es de un cinismo que llega a importunar, muy exagerado y las
continuas ridiculizaciones que leemos de su persona son demasiado repetitivas.
El planteamiento es una conversación de Hugo que mantiene con el lector en tono
confesional a modo de testimonio para dar a conocer los entresijos de su propia
historia personal, pasajes de una vida que abarcan todo tipo de relaciones de
lo más morbosas y extravagantes, de hecho estos modelos de convivencias paterno
filiales son frecuentes en las novelas de Luis Landero. Es el viaje de un
adolescente hasta la cuarentena, etapa que le sirve de reflexión y balance para
lo vivido.
Respecto a la estructura
está dividida en varias partes y estas a su vez en capítulos que resultan
interminables con un léxico que aturde en muchas ocasiones, tanto detalle y
palabrería resulta muy cansinas y requiere
paciencia y relax para no abandonarla. Su narrativa a pesar de mis “pegas”
sigue su estilo sencillo y sería muy dura si no dijera que está bien narrada;
pero la trama se estanca en marañas y nudos que desesperan mientras lees,
porque da vueltas y vueltas sobre lo mismo sin avanzar.
Aunque el personaje
central es Hugo, hay que reconocer que los secundarios están bien definidos y
representan modelos sociales muy de los tiempos que vivimos; desde luego para
mí, Hugo es infumable, es un hombre sin conciencia y la voz otorgada por el
autor en muchos momentos de la novela muy cuestionable.
Me tiene desconcertada el
poco partido que Landero le ha sacado a la peluquería, un ambiente donde al
igual que los bares pasan vidas enteras que puedes desnudar y compartir con el
narrador, y sin embargo no ha aprovechado la oportunidad de utilizar ese
espacio para enriquecer la novela con una galería de personajes que hubieran suavizado
las partes más deplorable de este cínico barato y quejica.
Que nadie espere moraleja
de la lectura, no la tiene, más bien he visto dosis de bromas poco acertadas,
algo de mala leche y escasas enseñanzas. Poco o más puedo contar, es evidente
que no me ha gustado mucho, pero aviso que Luis Landero cuenta con una legión
de seguidores a los que les ha parecido una novela entretenida y de mucha
calidad literaria; de hecho en los blogs goza de buena crítica, de manera que mi
reseña es la forma en la que yo lo he interpretado, leído y el impacto que el
personaje ha quedado en mi retina, lo mejor es leerla, especialmente aquello
que presuman de tener mucha paciencia.
“No tienes lo que
mereces, tienes lo que negocias”.