viernes, 4 de noviembre de 2016

Deshojando alcachofas, Esther Bendahan

Esther Bendahan, se asomó tímidamente en una de las estanterías de la biblioteca que acostumbro a visitar los domingos, y digo así con timidez porque yo no la había oído nombrar nunca y tampoco había leído recomendaciones en otros blogs; bueno, quizás por el hecho de buscar una lectura breve, se vino a casa conmigo y en un par de tarde he descubierto la historia de tres mujeres muy diferentes que nos narra esta escritora sefardí nacida en Tetuán con clara ascendencia judía.
Como era desconocida para mi, he buscado acerca de sus orígenes y ahora entiendo la novela un poco más; al parecer ha realizado un viaje a su pasado en un intento de bucear en sus raíces, de ahí los guiños autobiográficos que he reconocido a posteriori en la novela.
Me llamó la atención el título, yo siempre había oído que se deshojaban las margaritas y que era de lo más romántico que una imagina desde la más tierna infancia; pero una alcachofa no entraba en la imagen más ídilica y cotidiana..., ahora comprendo que es una metáfora. La vida está compuesta de capas, debemos ir quitando cada una de ellas si queremos llegar al centro, “al corazón” de nosotros mismos y eso es lo que ha pretendido Esther en este extraño y original relato.
Teli es pintora y su peculiar mirada de artista le permite percibir con claridad el reverso de las cosas; debe enfrentarse con la enfermedad de su madre y, al mismo tiempo, ayudar a su mejor amiga, Sara, a descubrir si son ciertas sus sospechas de que su marido la engaña. Daniris acaba de llegar de Santo Domingo para encontrar el rostro más cruel de una ciudad que esconde el desamor y la misteriosa desaparición de una prima suya.
Sin duda nuestra personalidad es un fuerte condicionante a la hora de escribir y en este caso no es una excepción, la impronta judía se reconoce en toda la novela, es desde esa perspectiva donde comparte con nosotros las diferencias de culturas y los puntos en comunes, sin que por ello exista obstáculo alguno para la convivencia.
Protagonismo femenino absoluto, tres figuras lo representa; madre, hija e inmigrante, y cada una de ella perfilada con elegancia y sabiduría. Lo mejor son los personajes porque a mi gusto la historia es algo floja, aunque se deja leer. Mezcla de recuerdos y vivencias actuales, añoranzas, reflexiones, juicios de valor, recriminaciones personales y necesidades urgentes de tomar decisiones.
Hay en el argumento una parte de la trama que gira alrededor de la desaparición de una joven compatriota de la protagonista extranjera, no desvelo el misterio pero resulta solo recurrente para recuperar la atención del lector que a veces como que se desinfla.
Dividida en capítulos con nombres de mujer, un guiño más a la carga femenina del relato, bien escrito, sencillo, con pasajes entrañables en los que al menos yo me he reconocido; sin duda en alguna ocasión hemos tenido que parar y atender a nuestras madres y ser lo que yo digo: “Los hij@s de convierten en padres y los padres en hij@s, y en esos momentos de relación pausada, siempre recuperamos “cosas” que nos pasaron desapercibidas o saldamos “deudas emocionales” pendientes..., momentos para sacar el máximo partido y que Esther lo hace de forma muy generosa entre madre e hija.
Poco más deciros que no es un Premio Nobel, ni falta que le hace, porque cumple con las expectativas más elementales de un libro, dar compañía, hacer volar tu imaginación y despertar sentimientos dormidos... y todo es muy particular e intransferible. Espero que guste.

En la vida ocurre todo lo que tiene que ocurrir y al final, todo encuentra su lugar”.

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