No
podía dejar pasar un título como “La librería ambulante”, el
hecho de imaginar que los libros buscan a los lectores y no al
contrario, me llenó de emoción y no dudé en lo tierno y encantador
que podía ser su contenido; eso, unido a la fotografía de su
portada, sobraron para disfrutar de las escasas doscientas páginas
que seguro iban a ser inolvidables.
Helen
y Andrew McHill son una pareja de hermanos adultos que viven en una
tranquila granja en el centro de los Estados Unidos. Ella se dedica a
sus labores mientras él, recién famoso por un libro sobre técnicas
agrícolas, piensa más en su afición literaria que en la tierra de
cultivo. Un buen día se presenta Roger Mifflin, un vendedor de
libros ambulante que transporta su material y vive en un carromato a
través de los diferentes estados. Cansado este último de viajar, le
ofrece a Helen venderle la carreta con toda la librería dentro. Ella
piensa en adquirirla antes de que la vea su hermano y la compre él,
dejándola sola y abandonada en la granja. Ni corta ni perezosa, toma
la resolución en unos minutos de gastarse todo el dinero ahorrado a
lo largo de su vida en la librería ambulante y emprender una nueva
vida. Pero las cosas no son tan fáciles como parecen y los problemas
surgen a los pocos kilómetros de la granja.
Novela
que expresa el amor a los libros, recrea la importancia de todo lo
ajeno a lo material, ensalza valores que hoy pueden sonar algo
lejanos. Ambientada en Estados Unidos durante la segunda década del
siglo XX, en la explosión de convivencia entre en lo tradicional y
la modernidad que se impone osadamente. Hoy es considerado un clásico
de la literatura americana publicado en 1917 y recuperado por la
editorial Periferia, de la que no había oído hablar nunca, pero
experta en estos desafíos.
Para
mi ha sido un disfrute leer las experiencias y sentimientos que un
librero puede tener con los libros que se han convertido en
compañeros inseparables de viaje durante años. Tiene una estructura
sencilla, lenguaje perfecto, grandes descripciones paisajísticas,
humor, ternura... un deleite para los sentidos.Cuenta con
reflexiones y situaciones divertidas que te invitan a releerlas sin
pereza; quizás he disfrutado porque representa un homenaje a los
libros, a su amor incondicional y a las diferentes formas de acercarlos a cualquier rincón del planeta.
Buscando
una lectura breve me encontré con esta joya agradable y emotiva,
apreciando la capacidad de poder tomar el relevo para mantener vivo
el desafío de la lectura. Los dos personajes, Roger y Helen cuentan
con una carga humana que completa un argumento sencillo y humilde,
representando el valor de las decisiones que tomamos en la vida, ya
sean en su momento o tardíamente, pero siempre con la esperanza de
que sean acertadas.
Muy
bonito, no os decepcionará.
“El
mundo es como un libro y los que no viajan, solo leen una página”.
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