Hoy,
le toca el turno a una de las escritoras que más me hacen disfrutar
del maravilloso mundo de la lectura. Mi elección en cuanto al
momento para sumergirme en las novelas corales de Isabel, están
siempre ligados a instantes en los que necesito recrearme y soñar
con ese realismo mágico que ella trabaja como nadie. Creo que lo he
leído todo de esta escritora; desde “La casa de los
espíritus” hasta este “Amante japonés”, y salvo las
novelas de género fantástico, el resto goza de mi total
aprobación.
Los
seguidores de la “Allende”, saben que ella es fiel
a su estilo, por eso una vez más nos narra la historia de amor sin
edad y pasión eterna, entre una judía de origen polaca y un
jardinero japonés. Por supuesto, el entramado del romance gira
alrededor de una familia, sus miembros y sus avatares de vida, algo
muy usual en sus novelas.
Alma
y su jardinero Ichimei, son los personajes protagonistas que a lo
largo de décadas alimentan un amor con altibajos y contrariedades;
no están solos en el relato, Irina y Seth, son dos de los
protagonistas que adquieren el rango de secundarios, aunque ser
secundarios en las novelas de Isabel Allende se convierte en todo un
honor.
Ambientada
en la ciudad de San Francisco, una residencia de ancianos es el
escenario en el que se nos presenta por primera vez a Alma, ese es el
lugar y el punto de partida de un libro contado por un narrador
omnisciente, que va mostrándonos desde fuera todo lo que acontece en
la vida de estos personajes. El hilo argumental se mueve del presente
al pasado y a medida que avanza se incorporan personajes acompañados
por sus propias y personales historias de vida. Todos los temas están
perfectamente hilados y la variedad de los mismos abarcan cuestiones
más allá de lo puramente sentimental; la droga, la pornografía
infantil, el sida, los campos de concentración; incluso me atrevería
a tildarla de novela histórica por sus múltiples alusiones a la
Historia y a su paso incansable por épocas y escenarios de gran
proyección mundial.
No
destaca precisamente por descripciones cansinas, más bien es justa y
se agradece, a ello hay que sumarle el despliegue de elementos
mágicos y fantásticos en una búsqueda intencionada de efectos
sensoriales y emotivos.
Con
todo esto puede parecer un relato empalagoso y triste, nada de eso,
es una manera serena de presentarnos una relación que no caducará
ni cuando se ponga fin a ella; es tierna, con grandes valores que
permanecen más allá de las líneas escritas en blanco sobre negro.
Os
la recomiendo y aunque esté mal decirlo, a las mujeres en especial;
a pesar de que la vejez, la amistad, la lealtad, la tristeza y el
amor no hacen distinción de sexo ni de edad... os gustará a las
incondicionales de esta escritora que sin duda cuenta como nadie lo
irreal a modo de lo más puramente cotidiano.
“El
amor como la muerte, tiene un tiempo que no se puede medir con un
reloj y mucho menos con un calendario”.
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