Cuando
termino un libro me paso unos días buscando la siguiente lectura y
casi siempre lo hago sin un criterio determinado; en ocasiones me
atraé el título, no pocas veces la portada y habitualmente es el
autor el que me hace tomar la decisión final. Con “Una
forma de resistencia”
puedo decir que se mezclaron todas estas razones y nunca pensé, que
me iba a parecer tan acertada la elección. No es una portada de esas
que dejan huellas, más bien es curiosa y divertida, familiar diría
yo; el título tampoco era profundo ni despertaba curiosidad y en lo
que respecta al autor, no había tenido el gusto de leer nada hasta
ahora... por ello, sin poner “resistencia”
alguna, seleccioné esta lectura, que para más deleite obtuve de la
biblioteca y pasando sus páginas he disfrutado gratamente de la
elegancia, ironía y sensibilidad de la prosa y ensayo de un escritor
que hoy, ya no resulta ser un desconocido para mi.
Estructurada
en capítulos con nombre propio, Luis García Montero presenta una
relación a modo de inventario de todas las pertenencias que marcaron
su pasado y que sirvieron para construir su personalidad y determinar
su presente y futuro. Con una brevedad muy agradecida, el autor
presenta su universo doméstico, describiendo cada objeto con tal
profundidad, que refleja el ansia por no olvidar quienes somos, lo
que tenemos y la importancia de conservar lo que nos rodea; en un
intento por justificar la presencia de esa herencia material hasta
ahora insustituible en su vida.
Vas
recorriendo los textos y la sorpresa es mayúscula cuando descubres
lo mucho que se puede decir de una cafetera, de un despertador, de
las zapatillas de andar por casa, de los espejos, de las fotografías,
del sillón especial, de esas gafas que te permiten leer ese
periódico diario, o de los bolígrafos que marcan letras para
recordar... que manera tan sentimental de otorgar vida propia a
enseres que pasan desapercibidos ante nosotros y que
enternecedoramente para Luis, es una forma particular de mirar hacia
el pasado y reconocer que en esas
“cosas especiales”
se puede quedar sin quererlo enredada nuestra vida.
Todo
lo desconocido que me resultaba el autor pasa a “mejor
vida”
una vez que he terminado el libro, ya que confecciona una
autobiografía íntima que abarca desde la adolescencia hasta su
madurez, utilizando como medio de “transporte”,
el catálogo material de posesiones que han viajado junto a él a lo
largo de la geografía de su existencia; objetos de un “inventario”
al que no está dispuesto a renunciar, en justa recompensa y gratitud
por la felicidad desinteresada y generosa proporcionada por ellos.
Personalmente
me ha resultado corta, sencilla, intensa, ocurrente y original.
Extraordinariamente bien contada la disección de los objetos y los
sentimientos de estos; encierra una nostalgia con la que es fácil
identificarse, y te permite bucear en el pasado y recordar aquellas
“pequeñas”
cosas que marcaron un momento especial en nuestras vidas, que se
perdieron o no hemos sabido conservar y que hoy, gracias a esta
entrañable lectura, reconocemos echar mucho de menos.
Sin
querer, yo iba elaborando mi propio repertorio de “cacharros”
que no he podido olvidar y que sin duda hoy son el “mapa”
de mi vida; algunos me los arrebataron, otros los perdí y muchos
renuncié a ellos, bien por necesidad o por la ignorancia de no
apreciar su valor más allá de lo meramente material.
Hay
un texto con el que sin duda me quedo por lo especial y profundo que
me ha resultado; “La
soledad”,
se aparta del concepto de objetos, pero es un sentimiento descrito
con una precisión difícil de olvidar. Me ha gustado tanto que casi
lo he copiado en mi “cuaderno”
de
frases y no creo que deje indiferente a nadie.
El
libro es precioso sin más, de los más recomendables de cuantos he
reseñado y me gustaría que estas letras sirvieran para animar a su
lectura y disfrute.
“La
soledad aparece y desaparece, se esconde entre los pliegues de la
vida, y surge cuando menos lo piensas, lo hace siempre con la
naturalidad de las viejas amantes y de las buenas e inolvidables
historias”.
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