Una
vez más la presencia en la sinopsis de un cuadro de la época dorada
de la pintura holandesa y un pintor discípulo de Rembrandt y maestro
de Veermer, fueron motivos sobrados para tomar la decisión de
arrojarme a la escalofriante cifra de 1150 páginas y desafiar a
semejante “novelón” con la esperanza de no haberme equivocado y
preocupada por el tiempo que llevaría poner fin a un libro que
pesaba hasta en el “electrónico”.
Ahora
mi preocupación máxima es no hacer una reseña tan extensa como el
manuscrito que terminé hace ya unos días. Nunca había leído nada
de Donna Tartt, he buceado en su biografía y es americana; al
parecer hacia diez años que no escribía nada y no me extraña...
El
libro está por todos los escaparates de las librerías, impresiona
su grosor y acobarda hasta el hecho sencillo de darle la vuelta y
leer el resumen, lo que ocurre que tras esquivarlo durante mucho
tiempo al final acabas cayendo y atrapada en detalles como los que a
mi me convencieron... y zas!, al final lo he leído pero con tremendo
esfuerzo y mucha voluntad.
A
menudo los libros que promocionan hasta la saciedad víctimas de una
campaña de marketing y avalados por algún premio, acaban por
decepcionar, bien porque las expectativas que nacen alrededor de él
son muy altas, bien porque “no son para tanto”, o sencillamente
porque ya se ha leído novelas más cortas y que responden a las
necesidades literarias de mortales como yo.
No
me atrevería a decir que es un fracaso este millar de páginas, pero
tampoco la voy a recomendar como lo hago con otros libros; aún así
voy a intentar daros mi opinión humilde y cada cual que decida.
La
historia comienza en un museo de Nueva York, una madre y su hijo
visitan las salas de los pintores holandeses, un atentado interrumpe
la acción y desencadena la trama de la novela. Nada será nunca
igual, la tragedia se instala en la vida de Theo Decker, niño de
trece años que queda huérfano y se convierte en el portador de dos
objetos que defenderá por encima de todo, un anillo ( no el del
Hobbit) y un cuadro, “El jilguero” (De Carel Fabritius, 1654);
alrededor de la posesión de ambos se desarrollaran los
acontecimientos de su vida, narrada por él mismo en primera persona
a modo de ejercicio de memoria desde la habitación de un hotel en Ámsterdam, donde hace repaso a su descarriada, maltrecha y
desaprovechada vida. Ahora con solo veinte años nos cuenta lo
determinante de aquel fatídico día y reflexiona sobre las malas
decisiones y escasa suerte de su corta existencia.
Hasta
aquí podría prometer mucho leerla pero mejor voy a diferenciar lo
positivo y lo negativo de “El jilguero” para no ser radical ni
para lo bueno ni para lo malo.
La
recomendaría por el argumento que resulta atractivo y original, por
los tildes de novela de intriga y suspense que mantiene el interés
al menos en más de la primera mitad del libro, a lo que hay que
sumar el carácter social y urbanita reflejado en muchos temas que la
autora recrea con destreza y elegancia.
Las
ciudades elegidas son deseadas por cualquier viajero, Nueva York,
Ámsterdam y Las Vegas, y Donna nos la describe con tal detallismo
que ya me hago una cuenta de lo que me estoy perdiendo...
Al
leerla me ha traído recuerdo de las obras de Paul Auster y bueno,
eso me ha gustado.
En
conjunto he querido ver fuertes dosis de ternura, desgarro,
sufrimiento y emociones muy diversas que nos llegan a través de las
vivencias de los personajes que acompañan a Theo en su cruel periplo
de vida. Encuentro de agradecer que se aborden infinidades de temas
de actualidad, páginas no faltaban...
No
se le puede negar el mérito como narradora, su talento y maestría y
sus habilidades para mantenernos incansables hasta “ver haber que
pasa” …
Por
el contrario pensaría dos veces el “venderla” porque la gran
historia de Theo está plagada de pequeñas historias a medida que
introduce personajes; el exceso de descripciones de todos y cada uno
de ellos acaba siendo insufrible y el recreo de los hechos que
suceden en esas historias es de una extensión abrumadora, sólo así
se llenan tal volumen de folios. Es por ello que la categoría de
personajes secundarios desaparece, todos adquieren tal protagonismo
que no se pueden diferenciar.
El
tema de los personajes es muy importante en novelas de este calibre,
se puede caer en el aburrimiento y pérdida del hilo de estos si se
reitera demasiado sobre ellos. Una galería demasiado repleta para
poder llevarlos todos a la vez.
Sobra
mucha documentación, el vocabulario es rebuscado y poco asequible,
las frases de doble sentido están por toda la novela, las
referencias literarias escapan del conocimiento de lectores con buen
bagaje literario por lo que a mi entender la autora destina el libro
a un público muy letrado.
Su
ritmo en calidad decrece al avanzar, personalmente me quedo con las
seiscientas páginas primeras. Para no seguir sacando defectos decir
que lo que menos me ha gustado es que la escritora hace de “Juan
Palomo, me lo guiso y me lo como”, no deja una sola posibilidad a
opinar o hacer una valoración acerca de lo que nos cuenta, lo
escribe y lo opina, lo da todo hecho y eso “no mola” junto a un
final algo redentor, sensiblemente fechado en Navidad que no me acaba
de convencer.
Quiero
terminar diciendo algo bueno porque lo tiene de no ser así no me lo
habría leído y sería inmerecido, vislumbro la intención de Donna
de conducirnos hasta la moraleja de que existen segundas
oportunidades y que semejante despliegue de historias justifica la
necesidad de comprender las vidas que nos ha tocado vivir.
Todo
esto lo he deducido tras darle muchas vueltas a “la tarra”.
Despedirme diciendo que espero no volver a encontrarme un vademecum
igual hasta dentro de otros diez años. “Imposible hacerlo más
breve”.
“Si
le añades un poco a lo poco y lo haces con frecuencia, pronto
llegará a ser mucho”.