Segunda
novela de la escritora cubana Ana Cabrera Vivanco que no deja de
sorprenderme en su derroche de imaginación y capacidad narrativa.
Nuevamente el ambiente caribeño está presente en esta original y
curiosa historia de personajes que forman parte de una microsociedad
desarrollada en un pueblo de nombre tóxico, Villa Veneno.
Tras
la lectura de las adecuadas doscientas ochenta y ocho páginas, la
autora construye un argumento entorno al devenir de una familia
cubana durante los años cincuenta y la trayectoria de la misma a lo
largo de décadas; en realidad me atrevería a decir que es el
retrato de un pueblo y de sus moradores ya que son muchos los
personajes y demasiadas las historias contadas como para centrar la
obra exclusivamente en los “Amargo”, apellido del general cabeza
de esta saga tan escalofriantemente peculiar.
Estructurada
en tres partes y dividida en capítulos favorece la lectura y salva
la contrariedad de la profusión de personajes y la lentitud
narrativa del inicio.
El
argumento es tarjeta de identidad de Ana Cabrera, con enormes
habilidades para contar historias, confecciona un argumento a modo de
maraña en la que se mezclan personalidades, vivencias y
acontecimientos que en un momento determinado sumergen al lector en
una confusión inevitable, para ser ella misma inteligentemente ,la
que hilvane todos y cada uno de los elementos de la novela, para
cerrar con maestría la trama principal y no dejar cabos sueltos ni
sensación de faltar o sobrar contenido a la novela.
Su
estilo es lo que conocemos como prosa poética, dentro del realismo
mágico que ya utilizó en “Las horas del alma”
identificando el recurso de arrastrar tramas paralelas e
independientes para hacerlas coincidir en un final de traca.
Prevalece
la narración sobre el diálogo, escaso y bien medido; el ritmo
aumenta a medida que se avanza en la obra, mantiene la intriga e
introduce dosis de erotismo y sensualidad en numerosos pasajes sin
rozar lo obsceno o desagradable y convirtiendo lo vulgar en
naturalidad.
El
lenguaje utilizado es asequible pero es cierto que la presencia de
expresiones localistas dificultan en momentos concretos el
significado de aquello que la escritora nos cuenta, por lo que hay
que tirar de intuición, sin que ello desmerezca la presencia de los
mismos.
Verdaderamente
la forma de todas y cada una de las historias es mérito de los
personajes que presenta la autora; entre todos y gracias a sus
particulares “historias” se desencadena un tsunami
de enredos, misterios, pasiones, comportamientos, desgracias,
engaños, odios, tentaciones y culpas que nos llevan al desenlace
inesperado y a la vez anunciado.
Merece
la pena detenerse en todos y cada uno de estos “actores”
con personalidades y cualidades muy particulares y originales que los
distinguen entre ellos y que Ana describe a conciencia para darles un
carácter extremo a sus formas de actuar. Resultan estrambóticos,
capaces de las más fantásticas situaciones,emparejados representan
una ecuación de amor frustrado no correspondido que se repite
constantemente a lo largo de los capítulos en parejas diferentes,
creando un halo de desdicha perpetuo. Admirable la cantidad de
registros que aparecen en esta galería de seres marcados por su
destino.
Mención
especial a Jacinto, mujeriego, irresponsable y cruel con el género
femenino; Leonor y Nina, la noche y el día en todas sus facetas y
que absorben buena parte de la potencia de las acciones de la trama y
por supuesto Lucifer, el hijo con nombre endeminiado que abre y cierra la
novela, epicentro e hilo conductor de esta obra. Para no ser injustos
es de ley avisar a los lectores que existen personajes secundarios de
merecido aplauso por el juego que dan a las historias y por lo dicho
anteriormente, son Teodoro el sacerdote, el médico o Venancio el
maltratado e inservible marido de Leonor. Todos juegan un papel
calculado en todas y cada una de las sorpresas de la novela y somos testigos de la evolución de los mismos desde lo que fueron en sus inicios hasta su ocaso en el momento de cerrar el libro.
Aunque
está clara la dureza del tema de fondo y sin apartarse de su carga
dramática , existen guiños de humor de agradable
acogida.
Cuando
he leído “Las cien voces del diablo” he recordado
otras novelas que se ajustan a este estilo y he recordado a
escritores como Isabel Allende, Laura Esquivel o Gabriel García
Márquez, pero ello no resta mérito a la autora. En esas novelas
como en esta se repiten elementos propios del realismo mágico;
haciendas con nombres inolvidables, “Los tres soles”,
supersticiones, cualidades en las personajes que rozan lo paranormal,
encantadores de mujeres, hijos ilegítimos, fantasmas, hembras de
razas, enemigos eternos... Pero, al igual que en aquellas que
ocuparon nuestras tardes de lecturas y no decepcionaron, en este caso
a mi personalmente me hacen confesar que disfruto sabiendo que la
fantasía sigue superando a la realidad.
“Puesto
que la realidad había resultado ser una tirana sanguinaria, pedí
refugio y asilo a la generosa fantasía”.