A veces se olvidan los autores de
libros que en su momento te impresionaron, es el caso de John Boyne el autor
del “niño con el pijama de rayas” y “El niño en la cima de la montaña”. Al
volver el libro, compruebas tras la lectura de la sinopsis, que ese
recordatorio es una razón para decidirte nuevamente por él. Confieso que a
pesar de la fama del primero, a mí personalmente me atrapó más el segundo. En
esta ocasión nos presenta una sobrecogedora historia de poder, corrupción,
mentiras, autoengaños y abusos de la Iglesia católica en Irlanda, así como
las consecuencias derivadas de la indignante actitud de “mirar hacia otro lado”
cuando lo que vemos es una evidencia de aquello que “está mal hecho”.
“Irlanda, 1970. Tras una tragedia familiar y debido al súbito fervor religioso
de su doliente madre, Odran Yates se ve obligado a ordenarse sacerdote, por lo
que, a los 17 años, entra en el seminario de Clonliffe aceptando la vocación
que otros han escogido para él.
Cuatro décadas después, la devoción de
Odran se resquebraja por las revelaciones que están destruyendo la fe del
pueblo irlandés a partir de un escándalo de abusos sexuales. Muchos de sus
compañeros sacerdotes acaban encarcelados, y las vidas de los jóvenes feligreses,
destruidas.
Cuando un evento familiar reabre las heridas del pasado, Odran se ve obligado a enfrentarse a los demonios desatados en el seno de la Iglesia y a reconocer su complicidad en esos hechos”.
Si hay algo que
caracteriza a esta novela es que tiene
un personaje principal bastante complejo y diferente a lo que solemos
encontrarnos, un personaje que a veces nos sorprenderá gratamente y otras hará
que no entendamos su forma de actuar, aunque podremos entenderlo un
tanto mejor cuando sepamos de algunos acontecimientos de su vida. Nunca había leído ninguna historia en la que
se abordaran los terribles abusos sexuales en el seno de la Iglesia, por lo que
ha sido un argumento original y novedoso para mí, y me ha gustado que el
autor lo abordara con rigor y sin dar detalles innecesarios o pecar demasiado
en el morbo innecesario.
Narrada
mediante saltos temporales cuya intención es ir desvelando hechos ocultos del
pasado, pero el ritmo de esas revelaciones se quedan en manos del autor y me ha
resultado algo caótico y desordenado. Es verdad que la información en ocasiones
nos llega con pinceladas que nos invita a crear nuestro propio relato y por
supuesto ayuda a mantener la tensión de la historia.
El narrador en
primera persona, subjetivo y engañoso (omite contar ciertos detalles que no le
dejan en buen lugar hasta que, de nuevo, conviene al autor y a la historia),
también se diría que intenta retrasar la “sorpresa”, con poco éxito, dada la
falta de sutileza tanto del autor como de su protagonista al insinuar lo que ha
hecho quién a quién
Capítulos
largos plagados de digresiones cuyo interés y relevancia son dudosos, como las
conversaciones entre Yates y varias personas de su familia, incluidas las vidas
de sus progenitores o la relación con su hermana, una “persecución” en Roma,
las páginas dedicadas a su trabajo de profesor o las menciones de lecturas y
autores irlandeses.
Hay que esperar
a los dos últimos capítulos para ver como el autor se centra en el tema
principal, los curas pederastas y los juicios a los que fueron sometidos, para
conocer las vivencias de una vida tan anodina como la de nuestro protagonista;
menos mal que a lo largo del relato se va intuyendo todo.
El libro no te
deja indiferente, permite reflexionar acerca de la actitud dilatada e indigna
de quienes, aun sabiendo lo que ocurría, permitieron fingir, por uno u otro
motivo, que aquello no existía…, lo malo es que lo hace al final de la novela.
En definitiva,
solo esta última parte sube el interés de cientos de páginas y es aquí donde se
concentra todo. Os la recomiendo con reticencias, aunque se pueda vender como
una historia entretenida, a mí me ha resultado aburrida por lo evidente y
reconozco que la he terminado porque es de las novelas que acabas empeñándote en
hacerlo. No he comentado las impresiones con nadie, de manera que lo mejor es
que cada uno decida si vale la pena darle la oportunidad que yo le he dado; no
olvidéis lo difícil que es escribir. Espero que os guste.
“Nada fortalece
la autoridad como el silencio”.
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