Cuando leí la sinopsis de este
libro quedé atrapada por ella y pensé que iba a descubrir un autor del que prácticamente
no había oído hablar hasta ahora. Al parecer es la última entrega de una serie
protagonizada por el Inspector Leo Caldas y cuyas actuaciones ya eran conocidas
en sus dos anteriores entregas, “Ojos de agua” y “La playa de los ahogados”.
La hija del doctor Andrade vive en una casa pintada de
azul, en un lugar donde las playas de olas mansas contrastan con el bullicio de
la otra orilla. Allí las mariscadoras rastrillan la arena, los marineros lanzan
sus aparejos al agua y quienes van a trabajar a la ciudad esperan en el muelle
la llegada del barco que cruza cada media hora la ría de Vigo. Una mañana de
otoño, mientras la costa gallega se recupera de los estragos de un temporal, el
inspector Caldas recibe la visita de un hombre alarmado por la ausencia de su
hija, que no se presentó a una comida familiar el fin de semana ni acudió el
lunes a impartir su clase de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios. Y
aunque nada parezca haber alterado la casa ni la vida de Mónica Andrade, Leo
Caldas pronto comprobará que, en la vida como en el mar, la más apacible de las
superficies puede ocultar un fondo oscuro de devastadoras corrientes.
En ocasiones, estar frente a un
libro de setecientas páginas lejos de asustarme me emociona, ese detalle
garantiza que su lectura no será cosa de un par de tardes y que en el peor de
los casos de ser así, la justificación será la calidad y el enganche de lo
narrado.
Lo primero dejar claro que mi
reseña es desde el respeto y como aficionada, solo intento transmitir la
impresión que me ha causado, nunca echar por tierra la labor de los escritores.
En este caso hay algo que no entiendo y es la excesiva propaganda de una novela
de género negro, intriga y hasta terror, que se queda en un relato paisajístico
impresionante, en la que la ambientación supera con creces a la trama que
aparece ajustada con tornillos girados con esfuerzos y tesón.
Lugares reales localizados en la
Ría de Vigo sirven de escenario a este argumento que gira entorno a la
desaparición de una hija cuyo padre busca desesperadamente. Pareja de Inspector
y ayudante van tejiendo una malla de datos a base de diálogos y escenas
repetitivas que llegan a cansar y aburrir hasta el extremo de desear empujar la
acción y echar una mano en el hilo argumental, convirtiendo la trama en hechos
que suceden casi a cámara lenta.
Estructurada en capítulos que
arrancan con la definición de una palabra configurando un diccionario
particular y original. Fácil de leer, amena y asequible por el lenguaje preciso
y ajustado al tema. Descripciones que enriquecen mucho la historia y una
investigación que de no ser por la extensión desmedida de esos diálogos, vale
la pena leer. Acerca de los personajes solo puedo decir que resultan creíbles y
cercanos, pero le faltan potencia y esos rasgos que los hacen inolvidables
cuando cierras el libro.
Tengo la sensación que al igual
que en otras ocasiones le sobran muchas páginas, parece que la intención de
alargar un desenlace muy previsible ha perjudicado a esta novela negra de
tintes gallegos, con toques de humor y cierta intencionalidad didáctica. No va
a ser la más recomendada, pero tras mirar en otras fuentes he visto que Domingo
Villar goza de un prestigio literario y seguidores que no corresponde con lo
poco que a mi me ha gustado su “Último barco”; de manera que para gustos los
colores. Probad y será la mejor manera de disfrutar o sentirse ligeramente
defraudada como me siento yo. Espero que os guste.
“Hay que luchar por los sueños,
pero hay que saber también que, cuando ciertos caminos resultan imposibles, es
mejor conservar las energías para recorrer otros caminos”.
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