sábado, 7 de mayo de 2016

La gente feliz lee y toma café, Agnés Martin-Lugand


Cuando se me cruza un título tan acertado como este, pocas cosas en contra necesito para no darle una oportunidad. Aunque el argumento no me sedujo mucho tuve la corazonada de que no me iba a encontrar una novela dramática de lágrima fácil, cierto que el inicio encoje el corazón, que la crueldad de un destino inesperado altera la felicidad de una familia y que los comienzos de la novela se recrean en los recursos que tenemos para superar los duelos más amargos a los que podemos enfrentarnos; pero no es menos cierto que avanza y encuentras un relato de superación y segundas oportunidades, con guiños de humor y un mensaje positivo que dulcifica una historia de vida triste de Diane, la mujer se vio obligada a renacer o morir.
Tras la muerte de su marido y de su hija en un accidente, Diane lleva un año encerrada en casa, incapaz de retomar las riendas de su vida. Su único anclaje con el mundo real es Félix, su amigo y socio en el café literario La gente feliz lee y toma café, en el que Diane no ha vuelto a poner los pies.
Decidida a darse una nueva oportunidad lejos de sus recuerdos, se instala en un pequeño pueblo de Irlanda, en una casa frente al mar. Los habitantes de Mulranny son alegres y amables, salvo Edward, su huraño y salvaje vecino, que la sacará de su indolencia despertando la ira, el odio y, muy a su pesar, la atracción. Pero ¿cómo enfrentarse a los nuevos sentimientos? Y luego, ¿qué hacer con ellos?.
El título de la novela de Agnés, hace referencia al nombre del café parisino con aficiones literarias que regente y en el que pasa buena parte del tiempo nuestra protagonista. Sin duda este título hizo un efecto imán para los lectores acompañada de una buena campaña comercial que no corresponde con la calidad de la obra. Si tuviera que contar el argumento a mi manera, diría que narra el renacer de una mujer golpeada por la desgracia con tildes muy dramáticos pero que se convierte en novela romántica. La manera de enfrentarse es huir de su entorno y refugiarse en Irlanda, y es ahí donde comienza la transformación de un alma herida, evolución a mi parecer muy brusca para el dolor inicial que  acarrea en la primera parte de la novela, nada que ver la Diane de París con la de tierras irlandesa…, los cambios definitivamente siempre son buenos.
Estructura muy sencilla sin remilgos, lectura asequible y aceptable, de ritmo ágil y fluido que no hace pesada la historia a pesar de los “entremedios”, sin olvidar que es muy corta, escasamente doscientas páginas… una tarde y poco más.
Mis pegas y desilusiones son entre otras el hecho de no sacarle partido al café y a sus posibilidades literarias, convirtiéndose en un escenario de paso escasamente aprovechado; igualmente, la evolución de los personajes me parece muy acelerada, tanto o más que el final precipitado que parece demostrar prisas por cerrar la novela sin más, y para terminar lo previsible que resulta la historia entre Diane y Eduard.
Aún así me ha gustado como relato intimista y profundo y especialmente porque me ha recordado a uno de los libros más bonitos de este género de dramas y desafíos, “La vida era eso” de Carmen Amoraga; de manera que planteando un reto de un par de tardes creo que bien merece una oportunidad.

“La muerte deja un dolor de corazón que nadie puede sanar, el amor deja una memoria que nadie puede robar”.

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