Leonardo Padura concibió “Pasado
perfecto” y otras cuatro novelas como una tetralogía denominada “Cuatro
Estaciones”, de ellas forman parte además de la anterior “Vientos de cuaresma”,
“Máscaras” y “Paisaje de otoño”; es por tanto la primera entrega de la saga del
investigador Mario Conde que desbordada tras estas entregas, aumentaron con “Adiós
Hemingway”, “La neblina del ayer”, “Cola de serpiente” y “Herejes”, superando
las expectativas iniciales del escritor.
El primer fin de semana de 1989
una insistente llamada de teléfono arranca de su resaca al teniente Mario
Conde, un policía escéptico y desengañado. El Viejo, su jefe en la Central, le
llama para encargarle un misterioso y urgente caso: Rafael Morín, jefe de la
Empresa de Importaciones y Exportaciones del Ministerio de Industrias, falta de
su domicilio desde el día de Año Nuevo. Quiere el azar que el desaparecido sea
un ex compañero de estudios de Conde, un tipo que ya entonces, aun acatando las
normas establecidas, se destacaba por su brillantez y autodisciplina. Por si
fuera poco, este caso enfrenta al teniente con el recuerdo de su antiguo amor
por la joven Tamara, ahora casada con Morín. «El Conde» –así le conocen sus
amigos–, irá descubriendo que el aparente pasado perfecto sobre el que Rafael
Morín ha ido labrando su brillante carrera ocultaba ya sus sombras.
Esta es la primera novela de
la tetralogía Las Cuatro Estaciones, en la que conocemos al personaje central
de la saga, el detective policía Mario Conde, es el momento en el que Padura
nos presenta a su mejor amigo Flaco Carlos, a Tamara y a Patricia su mejor
amiga e investigadora; igualmente conocemos las constantes de este hombre que
se repetirán en todas las novelas, su aversión a las tardes de domingo y su
amor por la canción “Strawberry Fields” de los Beatles.
Novela negra muy bien escrita
en la que Padura le otorga a Conde todas las facetas del verdadero investigador
de las novelas de este género; hombre joven con alma de viejo, decepcionado y
desencantado y a la vez honesto. Por supuesto tiene otras características que
no debemos obviar, melancólico al exceso, bebedor, adicto al cigarro y desafortunado en amores.
La trama en sí no es nada
especial, lo que sí es excepcional es la ambientación y el retrato fiel y
pintoresco de la Habana, en cada párrafo se conoce el vivir de las calles, sus
bonanzas, penurias, colores y ritmo de la isla. Es esto lo que cautiva siendo
las descripciones espaciales y temporales donde se desarrollan los hechos lo que
arma enteramente el relato.
Lenguaje muy cubano que a
veces nos lleva a perdernos en sus significados, los diálogos son naturales y
espontáneos siempre con expresiones muy típicas que contribuyen a darles
credibilidad.
En la narración nada sobra,
Mario nos cuenta su pasado preuniversitario y contextualiza el momento en el
que conoció a esos sus grandes amigos; de la misma manera esas idas y venidas a
sus recuerdos permiten hilvanar hechos pasados con presentes, complementados a
la perfección.
Quiero animaros a su lectura
y a todas las de esta saga por ser novelas policiacas ya que resuelven crímenes,
hay un poli que lo hace y por ser algo más que eso; cuenta con una mezcla de
perfil emocional y psicológico que supera a la investigación sobre la que gira
la trama. No hay que buscar profundidad solo buena lectura sin que por ello
vaya más allá y cuente con una clara crítica a los claroscuros del ´regimen
cubano.
Os gustará.
“Cuando cambias el modo en que ves las cosas, las cosas
que ves cambian también”.
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