No es
raro tener a mano ejemplares breves para leer “entre lectura y lectura”, y “El
amor entre los peces” me lo traje de la biblioteca pensando que lo
leería cuando terminara la novela anterior. El argumento me pareció muy cercano
a lo que se entiende por una novela romántica, pero como aficionada y poco
asidua a ese género, la verdad que no puedo asegurar si es así; lo cierto es
que me han resultado muy agradables sus escasas doscientas páginas, bien
ambientada, amena y divertida, que sin grandes pretensiones ha cumplido la
función de entretenerme y hasta sacarme una acertada y bienvenida sonrisa.
“Fred Firneis es un
autor de éxito sumido en una profunda crisis personal y creativa. Su editora le
recomienda que abandone Berlín y vaya a descansar a una cabaña en los Alpes
austriacos, un lugar recóndito en el que ni sus propios fantasmas podrán
perseguirlo. Allí conoce a August, un guarda bosques dueño de una peculiar
filosofía de vida, y, sobre todo, a Mara, estudiante de Biología que está
escribiendo una tesis sobre el piscardo, un pez fascinante. El amor parece
llamar de nuevo a su puerta y Fred encuentra las fuerzas para escribir. Sin
embargo, un día Mara desaparece sin dejar rastro”.
Trama muy simple, lineal y con un desarrollo de acontecimientos que sigue
la cronología en la que van sucediendo. Estilo sencillo para una historia muy
fácil de seguir, con poquitos personajes, buenos escenarios, descripciones
justas y paisajes que acaban proporcionando bienestar; la novela apta para
todos los públicos a cualquier hora día y lugar.
Tres protagonistas son suficientes para construir un relato que gira
alrededor de Fred y su crisis de creatividad, unas montañas en el Tirol hacen
de escenario perfecto y un repertorio de situaciones imprevistas la guinda para
lo que parece ser un folletín de enredos de “gente buena” que viven sus
particulares “locuras” de vida. Dividida en capítulos breves, diálogos
continuos, dosis de ironía y humor, que hacen de este “amor entre peces” un
momento de relax y oxígeno que a todos nos viene bien de vez en cuando.
Dos particularidades tiene la obra de este escritor vienés; la primera el
recurso epistolar que se entremezclan entre capítulo y capítulo, son las cartas
de Fred a su editora cargadas de ocurrencias y despreocupación, en las que se
observa la evolución del personaje negativo y taciturno de Berlín, al
desenfadado hombre de las montañas austriacas. La segunda originalidad que no
pasa desapercibida, son las pinceladas de autoestima que nos llegan a través de
frases acerca del sentido de la vida y esas “cosas” que surgen a propósito de
las crisis de identidad y el cuestionamiento de la existencia; no son muchas y
para nada estropean el “buen rollo” de la narración ni de la trama.
Recomendada para desconectar, acurrucarse en el sillón y disfrutar de un té
sin prisas. No es un Premio Nobel ni necesita serlo, es una historia que te
permite aparcar las preocupaciones y reconocer que el amor existe hasta en las
peceras más pequeñas. Espero que os guste.
“Me he dado cuenta de que vivimos en una época de seguridad material que
tenemos que defender continuamente, una obligación que nos convierte en
esclavos. Cuantas menos cosas tengo más grande me hago”.
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