No
es la primera obra que comento de Julio Llamazares, no es solamente
un poeta al uso, es un escritor de prosa que le otorga a sus palabras
un ritmo especial, es tanto como decir que no solo está bien todo lo
que escribe, sino además lo que cuenta y la manera en la que lo
hace.
Se
publicó en febrero de este año, está recién nacida; extensión
corta, unas doscientas páginas que se leen de una “sentada”,
de manera que por si no gusta la brevedad es un punto a favor del
lector. Podía copiar la sinopsis pero voy a intentar explicar el
argumento como hago en otras ocasiones. “Dieciséis miembros de
una familia se reúnen tras la muerte del abuelo Domingo. Lo hacen
regresando a su pueblo natal, el mismo que abandonaron algunos de
ellos, cuando las aguas del pantano anegaron su hogar; de eso hace
casi medio siglo, el motivo es cumplir la voluntad de esparcir las
cenizas del difunto, en el lugar del que nunca debió marchar”.
Julio,
utiliza a todos los personajes para construir una novela coral de
recuerdos, cada uno de ellos a través de un monólogo, cuenta su
versión de los hechos, y dependiendo de la percepción particular de
estos, así es la historia resultante; de ahí el título tan
apropiado, “Distintas formas de mirar el agua”.
Todos ven las mismas aguas, se reflejan como en un espejo, pero la
imagen que les devuelve el río es diferente según quien se
refleje, lo que se busque, lo que se sienta o lo que recuerde.
Desde
el punto de vista narrativo son dieciséis voces las que actúan,
llegando a ser algo repetitivas. Tengo que decir que el desarraigo y
la emigración es una herida sin cicatrizar en nuestra Historia, de
ahí que lo narrado no solo no sorprenda, sino que nos despierta
emociones conocidas en primera persona por seres que han formado
parte de nuestras vidas. Los lazos con las raíces y los espacios que
vieron nacer a Domingo se han mantenido vivos y se han transmitido a
todos los miembros de esta tribu, y sin quererlo dejan ver en esta
oportunidad, sus rencores y su rabia en esta dura reflexión del
pasado y del olvido.
Es
un relato cargado de homenaje a los pueblos, al tesón, la lucha, la
supervivencia y la esperanza por recuperar lo que se perdió en el
destierro, la persistencia de la memoria y el irreversible paso del
tiempo. Como buen poeta, en su prosa deja una impronta de esas raíces
que defendía Domingo, en el corazón de todos los suyos. Así consigue que todos, con el paisaje como telón de fondo se desnuden y
expongan sus sentimientos, se enfrenten a sus recuerdos en actitudes
muy distintas, pasando de la voluntad animosa a la más extrema
obligatoriedad.
Si
tuviera que decir lo que me ha parecido, diría que sin ser
dramática, es triste, que no llegando a enganchar, entusiasma, que
siendo lenta, no se hace pastosa... Es cambiante en el ritmo porque
cada personaje en esa percepción particular introduce dinamismo en
aquello que narra.
Personalmente,
siempre me ha conmovido mucho la vida de los que se tuvieron que ir
por muchos motivos que por desgracia hoy hemos vuelto a conocer. Que
generacionalmente se marcharon los recursos más preciados de
nuestros pueblos, los jóvenes, quedando atrás esas raíces que dice
Llamazares se arraigan al corazón; que las familias, esperaban
emocionadas su regreso para disfrutar con ellos de ese periodo de
libertad con fecha de caducidad. Que el paso del tiempo que nada lo
para los ha devuelto bien “distintos” de como se
marcharon y que de ellos seguro que lo que queda intacto es su
corazón, sus ansías por volver y la resignación del destino.
Me
ha gustado porque he percibido emociones que imaginaba vivían
aquellos que emigraron y los que emigran hoy en día, pero también
algunos de estos miembros no se ajustan a los tópicos de fracaso por
salir de sus pueblos, más de uno se sienten afortunados y conformes
por haber tenido oportunidades que de permanecer en el pueblo del
abuelo, no hubieran podido aprovechar.
Quiero
dedicárselo a mi amiga Luisa, ella sabe mucho más que yo de esto,
ella podría haber escrito esta reseña y ser uno de los
protagonistas de la novela; a ella le he oído decir que allí en
donde ha hecho su vida, hoy tiene sus hijos, sus nietos, sus
recuerdos, amigos y su pasado..., no siempre podemos elegir la vida
que nos toca vivir, pero sí podemos ser felices con ella.
“El
exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas; el inmigrante
mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades a su
alcance”.
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