Pocas
dudas pueden quedar acerca de mi devoción por este joven escritor
francés. “Los recuerdos”, llegó a mi hace ya más
de dos años, y aún “recuerdo” cuanto me gustó;
es por ello que tras leer “Charlotte” y tener entre
manos “Estoy mucho mejor”, me ha dado por releer
esta extraordinaria novela de la que es difícil olvidarse y con la
que he vuelto a disfrutar tanto o más que la primera vez.
Lo
esencial es decir que hablar de David Foenkinos es hablar de garantía
de éxito en la elección de la lectura. Se le considera “el
antídoto contra el aburrimiento y la desesperanza” y hace,
que mientras lo leo no me sienta en esa soledad que tanto me gusta
como lectora, es como estar con tu mejor amigo. Tanto es así, que
divisar en las librerías una novela suya es comparable a disfrutar
de la compañía de áquel al que hace mucho que no ves y con el que
deseas estar el mayor tiempo posible.
Que
alegría empezar y que tristeza saber que tiene que terminar. Una
gran ventaja de sus obras es la extensión tan adecuada de las
mismas, no necesita mucho para contar una historia cargada de
sentimientos, emociones y vida. Hasta ahora, las casi trescientas
páginas de esta y otras de sus obras así lo han demostrado.
El
argumento de su quinta novela es de una aplastante sencillez, al más
puro estilo “Foenkinos”. Antoine es nuestro joven
recepcionista con aspiraciones literarias, lejos de estar motivado
por ese sueño, padece un estado de ánimo que roza la desmotivación
y lo que vulgarmente conocemos como “verlas venir”,
a lo que se le une la falta de inspiración para hacer realidad su
sueño de ser escritor. Asombrosamente todo cambiará a raíz de la
relación que mantendrá con su abuela en las frecuentes visitas a la
residencia de ancianos donde esta reside. Una fuga inesperada y la
decisión de acompañar a su abuela en esta peripecia, proporciona la
trama a modo de viaje físico y emocional de ambos personajes.
Narrada
en primera persona, este “narrador y contador de historias”,
nos lleva por una sucesión de vivencias a modo de recuerdos que
proporcionan luz al presente y al futuro de Antoine. Dividida en
capítulos, cada uno de ellos es un viaje a la memoria para rescatar
vivencias protagonizadas por él mismo, su abuela e incluso recordar
situaciones que afloran por hechos puntuales y que ayudan a construir
el esqueleto de esta narración. No quiero olvidar los imnumerables
guiños que hace a personajes célebres de la Historia y como utiliza
los recuerdos para rendir homenaje a ese pintor de la oreja cortada,
al filósofo de nombre impronunciable o al galán de cine italiano.
En
una obra con esta calidad sentimental no puede faltar la “chica”
que enamore a nuestro Antoine; Louise es la profesora que aporta un
aire diferente en la vida del nieto con pretensiones de escritor.
Profundizando en la estructura del argumento se puede hablar de un
antes y un después en lo referente a la aparición de la enamorada.
La primera parte la abuela absorbe el protagonismo y nuestro joven
está cargado de una melancolía que desaparece en el momento en el
que Louise entra en escena; la alegría, el optimismo y la vitalidad
que proporciona el amor hace que emerja un nuevo Antoine.
Toda
la narración es de una frescura evidente, de prosa ligera y amena,
vertiginosa, sugerente y de gran calidad sentimental; incluso las
dosis de tristeza y drama son edulcoradas con un humor elegante que
se agradecen para no perder la humanidad del relato.
Hay
muchas cosas que me han emocionado en “Los recuerdos”
por ejemplo la relación de ternura que forjan abuela y nieto, el
papel otorgado a la “Felicidad” que llega a
considerarse un personaje más, la forma en la que presenta el drama
contemporáneo entorno a “nuestros
mayores” y su involuntaria manera de aparecer en las
residencias de ancianos y como no, el final alejado de los tópicos
propios de “fueron felices y comieron perdices”.
Sin
duda los seguidores de Foenkinos encontrarán similitudes con su
grandiosa “Delicadeza”; París y su recorrido por
lugares emblemáticos, el despliegue de cultura literaria, las
regiones francesas y algunos detalles que gustosamente nos traen
“recuerdos” de ella.
Estaría
hablando de este tipo de lectura sin miedo al paso del tiempo; yo
disfruto con Foenkinos porque no es que me atrape, es que me dejo
atrapar por él, la disfruto sin prisas, me recreo en sus letras,
esbozo sonrisas contenidas, me divierto y me las guardo en la memoria
para poder “recordarlas” sin miedo al olvido.
Quien
quiera gozar de la “literatura de la sencillez”,
sin duda David Foenkinos es su escritor.
“Poder
disfrutar de los recuerdos de la vida, es tanto como vivirla dos
veces”.
“Recordar
un buen momento es sentirse feliz de nuevo”.
“No
recuerdo todo lo que siento, pero siento todo lo que recuerdo”.