Reconozco
que no acabo de decidir qué me conmueve más, si la fotografía del
niño militarizado con el saludo fascista o recordar lo que suponía
que se te cayeran los dientes de leche... Nunca me he disfrazado de
“niña militar”, pero no puedo olvidar los planes
que hacia cuando notaba que se me movía un diente; la maquinaria
mental se ponía en marcha y la imagen de aquello que podías obtener
con semejante acontecimiento extra, se parecía más a la realidad
que cualquier tarde de merienda de pan y chocolate.
Soy
de la generación del “ratoncito Pérez” y junto a
tantas otras cosas de mi infancia, lo echo de menos... Ignacio ha
recurrido a los dientes de leche y a las fotografías como simbolismo
de la evidencia del paso del tiempo, como testigo de lo irreversible
de ciertos hechos cotidianos que nos obligan a admitir lo vivido y a
aceptar el pasado. Cuando detenemos nuestra mirada en una foto de la
niñez nos golpeamos con esa realidad, nos ponemos nostálgicos y
pasamos de la emoción a la tristeza sin lógica pero con
resignación.
Con
esta introducción aprovecho para calificar esta joya de la narrativa
española como novela de lo cotidiano, porque son situaciones
corrientes las que nos cuenta el autor con una prosa sencilla y sin
sobresaltos, de ahí que lo costumbrista sea un calificativo adecuado
para apellidar esta lectura de vocabulario accesible, frases limpias
y sin duda alguna “apta para todos los públicos”.
Aunque
la portada pueda sugerir un tema evidente, yo confirmo que no es un
libro acerca de la guerra, ni bélica ni de política o ideologías.
Ambientada con mucho acierto en un largo camino que abarca desde los
años de la Guerra Civil hasta el triunfo socialista de 1982. Con una
cronología tan jugosa se puede hablar de un gran lienzo de la
Historia de España en el que aparecen “pintados”
los momentos más relevantes de décadas de nuestro país; Guerra,
Posguerra, Desarrollismo, Dictadura en horas decadentes, Transición
y Democracia, escenario completo para albergar el devenir de una saga
familiar a través de tres generaciones.
El
descubrimiento de una fotografía por Juan Cameroni destapa “el
baúl de los recuerdos”, el interés por desentrañar el
contenido de la misma abre la trama de esta novela que gira alrededor
de la figura del abuelo Rafaelle Cameroni, voluntario brigadista
italiano que llega a España con la intención de luchar en el bando
fascista y que por circunstancias no previstas nunca regresará a su
Italia natal.
En
esta estampa familiar tienen cobijo a partes iguales la crudeza y la
delicadeza, lo dramático y lo humorístico, la ternura y la
diversión. Lo común y cotidiano adquiere en las letras de
“Pisón” rango de importancia suprema, por lo que
significa y por como lo narra; no escatima en evidenciar la
complejidad de las relaciones humanas echando mano de temas que
aparecen inteligentemente desplegados en el libro como son, el amor
el odio, la mentira, el miedo, los secretos, la venganza... en
definitiva las luces y sombras de las vidas de cualquiera de
nosotros.
Trescientas ochenta y cuatro páginas no exenta de equilibrio literario entre
tanta dicotomía y emociones que saltan en el tiempo sin abandonar un
modelo lineal y progresivo de narrativa, que jamás hace peligrar lo
impecable de su construcción literaria.
Se
disfruta desde sus inicios, sin tener un ritmo trepidante siempre
están pasando cosas, pequeñas cosas que no parecen tan
insignificantes y que maquillan esa ausencia de acción. Los
personajes que protagonizan esas diminutas situaciones son “de
carne y hueso”, que gracias al rescate de sus recuerdos y
al buceo en su memoria, recuperan del olvido su pasado lo aceptan y
superan, en un juego sabio en el que claudican al paso del tiempo.
Aparece
una “paleta” de seres sobre los que destacan
Rafaelle y sus dos mujeres, Isabel y Elisa, no son los únicos y por
encima de todo, sus vivencias y la resolución de situaciones a las
que tuvieron que hacer frente y que sin duda alguna dotan a esta
novela de un interés mantenido desde el principio hasta su final.
Os
aseguro que se disfruta porque está excelentemente bien contada,
porque guarda un secreto que promete ser revelado y porque todo lo
que son “historias de familias” siempre acaban
enganchando.
Me
ha gustado mucho, es conmovedora, tierna, intimista y nostálgica; es
única como todos y cada una de esos dientes de leche que tanto
anhelábamos perder para obtener pequeñas satisfacciones pasajeras y
que hoy tanto echamos en falta.
“Finalmente
me metí el dedo índice en la boca y empecé a chuparlo. Algo
comenzó a moverse en mi cerebro, un pensamiento que se iba abriendo
camino allí dentro, un invento completamente loco: ¿Y si lo
mordiera? Y sin pensarlo ni un instante cerré los ojos y apreté los
dientes”.
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