Hay
momentos en los que sin querer, todo lo que encuentras como novedades
literarias giran entorno a un tema que agotan hasta la saciedad y por
más que busques, nada de nada, todos acaban abordando una temática
de la que huyes y que irremediablemente te acaba atrapando. La parte
positiva es que a pesar del tema “estrella” las
formas de tratarlo y los argumentos que pueden generarse alrededor
del mismo, suelen ser diferentes y originales por lo que en
definitiva terminas dando por buena la elección de una obra que en
sus primeros momentos condenamos sin razones a la hoguera de los
“libros rechazados”.
Ese
fue el caso de la novela de Ellen Marie Wieseman, aunque la palabra
jardín y Dachau fueran bastante difíciles de congeniar, ella,
partiendo de sus raíces familiares y bajo la inspiración de las
experiencias de su madre, crea una novela donde los horrores de los
campos de concentración pasan a un segundo plano, empañados por el
desarrollo de una auténtica historia de amor en el más duro de los
escenarios de la vida de sus protagonistas.
No
puedo escribir la reseña sin detenerme en la portada; una alambrada
divide la ilustración, un brazo con una numeración y un nombre que
integra la lista de los lugares más terroríficos de la historia de
la humanidad; creo que de no haber puesto el título se podría
imaginar. Eso es lo que me hizo echarla hacia un lado y tenerla
castigada un tiempo en “la lista de pendientes”,
pero en el fondo me parecía de una belleza y elegancia como pocas he
visto.
Imagino
que estaréis pensando que toda la narración se pasea por esos
escenarios dantescos, pues no, por una vez es gratificante
identificar marcos diferentes a lo largo de la trama, eso le
proporciona agilidad y belleza a la historia entre Christie e Isaac y
garantiza no abandonar de un golpe el libro.
Con
un argumento sencillo la autora narra la relación amorosa entre dos
adolescentes que tienen que hacer frente a todas las adversidades
fruto de binomios sociales, familiares, raciales, religiosos y
políticos que marcaron una etapa de la Historia de Europa. Ese punto
de partida engancha porque es la primera vez que leo un relato donde
se deja ver el sentimiento del pueblo alemán que no vestía de
uniforme, que no mandaba, que sufría hambre y que padeció una
guerra en sus propias familias, en sus casas, en sus vidas y de las
que poco hemos sabido o por las que menos nos hemos interesado.
Hablar
de víctimas de la violencia nazi es hablar de genocidio judío, de
campos de concentración, de cámaras de gas, de exterminio y muerte;
pero Ellen Marie nos muestra la pobreza, la miseria, los
reclutamientos forzados, asesinatos indiscriminados, expolio, robos,
violaciones y otras desgracias a las que no fueron ajenas los
alemanes y que sufrieron en nombre de uno de los personajes más
impactantes del siglo XX, Adolf Hitler.
Por
las pupilas de Christie conocemos todo esto y más, pero aún en los
momentos de máxima crueldad, la autora dosifica el drama y canaliza
el dolor desviando la atención hacia los valores reflejados en su
novela: amistad, valentía, superación y esperanza en un futuro que
pusiera fin a tanto horror.
Dividida
en treinta y ocho capítulos de extensión moderada que facilita la
lectura rápida, escrita con un ritmo muy bien marcado ayudándose de diálogos continuos que hacen avanzar progresivamente la obra hacia el desenlace final, destacando una dificultad que es la profusión
de términos alemanes que dificulta en toda la obra la comprensión
de ciertos localismos y que sin querer te hacen perder el hilo de lo
narrado.
No
me va a mi mucho el género romántico pero la mezcla con el tema
histórico y la excelente ambientación de los hechos me hacen
reconocer que he disfrutado bastante, porque de vez en cuando
hay que ponerse “tierna” y asumir que en aquellas miles de
historias de dolor debieron existir amores imposibles, sonrisas
cómplices y guiños a hurtadillas que aportaron oxígeno a tan
asfixiante destino.
Quiero
sacar mi vena de profe de Historia y recordar que las sanciones
dictadas hacia la vencida Alemania de la Primera Guerra Mundial,
fueron las grandes responsables del resentimiento de un pueblo
castigado y desmilitarizado, arruinado y señalado como único
causante del conflicto. La pregunta sería ¿cómo se sintieron los
alemanes con una condena como esta?. Jamás asumieron las
imposiciones internacionales y arrastrar el sentimiento colectivo de
culpabilidad provocó que afloraran en ellos odios y rencores
imposibles de controlar y menos tras la aparición de fuerzas y
lideres como los que parió décadas después la Gran Alemania
Hitleriana.
Bonito
acto de reflexión al que invita la escritora y original visión del
trillado tema mundial.
“Combatirse
a si mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la
victoria más bella”.
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