lunes, 8 de septiembre de 2014

El jardín de Dachau, Ellen Marie Wiseman

Hay momentos en los que sin querer, todo lo que encuentras como novedades literarias giran entorno a un tema que agotan hasta la saciedad y por más que busques, nada de nada, todos acaban abordando una temática de la que huyes y que irremediablemente te acaba atrapando. La parte positiva es que a pesar del tema “estrella” las formas de tratarlo y los argumentos que pueden generarse alrededor del mismo, suelen ser diferentes y originales por lo que en definitiva terminas dando por buena la elección de una obra que en sus primeros momentos condenamos sin razones a la hoguera de los “libros rechazados”.
Ese fue el caso de la novela de Ellen Marie Wieseman, aunque la palabra jardín y Dachau fueran bastante difíciles de congeniar, ella, partiendo de sus raíces familiares y bajo la inspiración de las experiencias de su madre, crea una novela donde los horrores de los campos de concentración pasan a un segundo plano, empañados por el desarrollo de una auténtica historia de amor en el más duro de los escenarios de la vida de sus protagonistas.
No puedo escribir la reseña sin detenerme en la portada; una alambrada divide la ilustración, un brazo con una numeración y un nombre que integra la lista de los lugares más terroríficos de la historia de la humanidad; creo que de no haber puesto el título se podría imaginar. Eso es lo que me hizo echarla hacia un lado y tenerla castigada un tiempo en “la lista de pendientes”, pero en el fondo me parecía de una belleza y elegancia como pocas he visto.
Imagino que estaréis pensando que toda la narración se pasea por esos escenarios dantescos, pues no, por una vez es gratificante identificar marcos diferentes a lo largo de la trama, eso le proporciona agilidad y belleza a la historia entre Christie e Isaac y garantiza no abandonar de un golpe el libro.
Con un argumento sencillo la autora narra la relación amorosa entre dos adolescentes que tienen que hacer frente a todas las adversidades fruto de binomios sociales, familiares, raciales, religiosos y políticos que marcaron una etapa de la Historia de Europa. Ese punto de partida engancha porque es la primera vez que leo un relato donde se deja ver el sentimiento del pueblo alemán que no vestía de uniforme, que no mandaba, que sufría hambre y que padeció una guerra en sus propias familias, en sus casas, en sus vidas y de las que poco hemos sabido o por las que menos nos hemos interesado.
Hablar de víctimas de la violencia nazi es hablar de genocidio judío, de campos de concentración, de cámaras de gas, de exterminio y muerte; pero Ellen Marie nos muestra la pobreza, la miseria, los reclutamientos forzados, asesinatos indiscriminados, expolio, robos, violaciones y otras desgracias a las que no fueron ajenas los alemanes y que sufrieron en nombre de uno de los personajes más impactantes del siglo XX, Adolf Hitler.
Por las pupilas de Christie conocemos todo esto y más, pero aún en los momentos de máxima crueldad, la autora dosifica el drama y canaliza el dolor desviando la atención hacia los valores reflejados en su novela: amistad, valentía, superación y esperanza en un futuro que pusiera fin a tanto horror.
Dividida en treinta y ocho capítulos de extensión moderada que facilita la lectura rápida, escrita con un ritmo muy bien marcado ayudándose de diálogos continuos que hacen avanzar progresivamente la obra hacia el desenlace final, destacando una dificultad que es la profusión de términos alemanes que dificulta en toda la obra la comprensión de ciertos localismos y que sin querer te hacen perder el hilo de lo narrado.
No me va a mi mucho el género romántico pero la mezcla con el tema histórico y la excelente ambientación de los hechos me hacen reconocer que he disfrutado bastante, porque de vez en cuando hay que ponerse “tierna” y asumir que en aquellas miles de historias de dolor debieron existir amores imposibles, sonrisas cómplices y guiños a hurtadillas que aportaron oxígeno a tan asfixiante destino.
Quiero sacar mi vena de profe de Historia y recordar que las sanciones dictadas hacia la vencida Alemania de la Primera Guerra Mundial, fueron las grandes responsables del resentimiento de un pueblo castigado y desmilitarizado, arruinado y señalado como único causante del conflicto. La pregunta sería ¿cómo se sintieron los alemanes con una condena como esta?. Jamás asumieron las imposiciones internacionales y arrastrar el sentimiento colectivo de culpabilidad provocó que afloraran en ellos odios y rencores imposibles de controlar y menos tras la aparición de fuerzas y lideres como los que parió décadas después la Gran Alemania Hitleriana.
Bonito acto de reflexión al que invita la escritora y original visión del trillado tema mundial.

Combatirse a si mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la victoria más bella”.

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