Me
detuve ante esta obra de arte de la fotografía, para contemplar su
belleza y recrearme en todo lo que me trasmitía. Ese fue el motivo
principal para ojear otra novela más, de uno de los escritores
extremeños que más me hacen disfrutar de la lectura. Ternura,
cariño y admiración .. nuestros mayores son una de las riquezas más
universales de la humanidad; la sabiduría que nos aportan no se
encuentra en ningún otro lugar conocido, de manera que un “aplauso”
por la elección de tan maravillosa portada y una “ola”
por el contenido de sus páginas, que una vez más me confirman la
grandeza de Luis Landero y su particular manera de escribir.
Hay
que reconocer que un balcón en invierno es poco recomendable, pero
hay que admitir que en cualquier otra fecha del calendario, el goce y
entretenimiento está asegurado; es la vía de escape para salir al
exterior sin abandonar nuestro interior más inmediato. Es un poco el
planteamiento que el autor hace en la novela, su balcón le garantiza
asomarse a la vida sin poner en riesgo su pasado y su presente.
De
carácter autobiográfico, nos plasma un repertorio de recuerdos y
realidades que le sirven como protesta a la saturación de ficciones
de las que se siente en franco rechazo. Si tenemos una realidad que
contar no hay necesidad de recurrir a la imaginación, a la
fantasía... es la renuncia de ficción en pro de esa realidad
personal e íntima que necesita exponer en el desnudo más atrevido
literariamente hablando que nunca pensó ejecutar.
“El
balcón en invierno” comienza cuando se pone fin a una
novela sobre un jubilado que transita con un revólver; hastiado de
tanto “más de lo mismo”, hace un giro atrevido y
extremo y decide escribir los pasajes de su vida en tono
autobiográfico, recorriendo los momentos más inolvidables de su
vida, partiendo de un recuerdo relacionado con otra salida a otro
balcón en otro momento y junto a la que fuera su madre, tras la
pérdida repentina e inesperada de su padre.
Tal
como es habitual en Landero en tan sólo doscientas cuarenta y cinco
páginas se pueden contar más de media vida sin necesidad de abrumar
y bajo la invitación a la lectura calmada, sosegada y placentera.
Ni
que decir que lo personal marca toda la narración de una infancia en
una familia de labradores de Extremadura y una adolescencia en un
barrio obrero madrileño de nombre “Prosperidad”;
las alusiones a sus raíces campesinas son un clásico en este
escritor, admirador de un tiempo pasado y empeñado en rescatar
sentimentalmente una geografía, unos paisajes, unas costumbres, unos
oficios, lazos familiares, compromisos vitales; todo a base de
recopilar sus vivencias, fantasías, recuerdos y añoranzas, bajo la
lupa de la melancolía y la nostalgia. Sin duda es la fotografía de
un país y una época que le tocó vivir; la posguerra española, de
agradecer que sus alusiones aparezcan con cuenta gotas, por supuesto
se entienden sus verdades encadenadas en este escenario que formó
parte de su “existir” y del que se considera parte.
Para
los que frecuentamos a Luis, la novela ha permitido conocer la fuente
de inspiración de muchos de los personajes que aparecen en obras
anteriores. Escrito con saltos imprevistos en el tiempo y en lugares
sin orden pero con una mimada ubicación. Llama la atención sus
referencias al descubrimiento de las letras por un niño en un mundo
donde no había libros ni se sabía leer.
Confieso
que al principio me desilusionó porque le encontré muchos parecidos
con una novela de Perozo titulada “Rosas para Gabriela”,
pero tras pocas páginas valoré la posibilidad de aprovechar la
oportunidad de sentirme nuevamente identificada con “cosas”
del pasado que me suenan de haberlas vivido, y más si las
contaba el “Landero” como si de una diapositiva de
la vida de las gentes se tratara.
Os
recomiendo su lectura sin urgencias, no la necesita, en una tarde
ante una buena infusión y en un tranquilo rincón os asomaréis al
balcón de la vida de este escritor que bien podíamos ser
“cualquiera de nosotros”.
“En
cada frase en cada instante, en cada suspiro, en cada pequeño
acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es
todo y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de
olvido”.
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