Lo
más habitual en las madres cuando acuestan a sus hijos es desearles
“felices sueños”, nadie como ellas para pronunciar
esas palabras cargadas de un sencillo y a la vez único deseo.
El
título me atrapó en una librería de Madrid y sin pensarlo dos
veces lo puse en la lista de lecturas pendientes; luego cuando leí
la contraportada me quedé un poco indecisa porque me dio mucha
pereza enfrentarme a un tema bastante triste y que se convertía en
la trama de la novela. Lo dejé y en un momento de exceso de
optimismo me lancé “como piedra en tirachina” y
tal como la inicié la terminé. Efectivamente se necesita estar
animosa para no huir de una historia desgarradora convertida en un
homenaje a todos los que tuvieron que decir adiós a una madre a la
que le faltó la oportunidad de despedirse.
Tal
es el grado de realismo que la narración es autobiográfica, Massimo
un niño de nueve años vive una infancia dramática como
consecuencia de la muerte de su madre; ahora contando cuarenta años
de edad y desde la visión de adulto, nos trasmite a modo de
reflexión intima lo mucho que tal acontecimiento marcó toda su
vida.
De
seguir mi reseña por este derrotero acabaría exponiendo el
contenido de esta breve pero intensa novela. De manera que amparada
en mi condición de no desvelar la sinopsis os animo a que la leáis
y apreciéis la narración enternecedora y sentimental durante las
doscientas páginas que dura la misma. En mi entorno existe una
persona a la que yo siempre he diagnosticado de un sindrome como el
que nos relata nuestro escritor; la pérdida de su madre le ha
condicionado de por vida en muchas facetas de su existencia y
comportamiento. En más de una ocasión he creído ver el sentimiento
de rabia e impotencia por un adiós que nunca debió decirse y lo más
duro es tener la sospecha de que aún tras décadas de aquella
partida sigo en la certeza de que su corazón se paró aquel
terrorífico mes de abril.
Acaba
gustando la sencillez y agilidad de la narración en la que se
aprecian ciertos toques de humor e ironía, momentos en los que se
buscan respuestas, fracasos justificados por el pasado del que se es
prisionero, propósitos de cambio, intentos por reinventarse, ansias
por abandonar la oscuridad... todo está muy justificado en el final de la obra, sorprendente aunque predecible.
Entiendo
que el libro es el desafío del autor a la hora de verbalizar lo más
intimo de su secreto, un derroche de sinceridad y un viaje a lo más
profundo de sus sentimientos. Vale la pena leerlo, eso sí, cuando
nos sobren toneladas de vitalidad y sentido optimista de la vida,
ese, será el momento justo para apreciar la finalidad de semejante
ejercicio emocional para quien una vez tuvo hecho jirones su pequeño
e infantil corazón.
No
quiero pasar por alto la ternura de la portada, un niño de
plastilina con su globo que se le escapa irremediablemente de sus
manos. Bonita metáfora de aquello que se pierde para siempre por el
hecho de ser “inalcanzable”
“En
ocasiones sólo en los libros se puede cambiar nuestra propia vida”.