Tengo
yo una amiga que le tiene una rabia a Pérez Reverte que en su
ceguera no me deja nunca comentarle los libros que he leído de él,
de manera que siempre me quedo con las ganas de darle la razón en
aquello que la lleva y defender a Arturo en todo lo que creo que sabe
hacer muy, pero que muy bien.
Espero
que tenga a bien leer la reseña que a continuación voy a contar
acerca de una de las novelas mejores escritas del creador del
“Capitán Alatriste”.
Soy una seguidora del autor pero es cierto
que en ocasiones me ha costado “Dios y ayuda” terminar alguna
novela por su carga descriptiva y porque cuando la acabas te das
cuenta de lo inculta que eres en el ajedrez, en pintura flamenca, en
esgrima, en narcotraficantes, cartas de navegación,
independentistas madrileños y cualquier otra especialidad elegida
como trama de sus novelas... Debido a mi persistencia y sabiendo que
me iba a llevar una auténtica “lección de baile” me arriesgué
con lo del tango y volví a las andadas con Arturo con la esperanza
de salir convertida en una “bailarina porteña” de las del Buenos
Aires de toda la vida. Acerté y ahora os cuento mis razones.
“El
tango de la guardia vieja” decía yo cuando me preguntaban por él,
es una novela de amor, intriga, espionaje, erotismo, sensualidad,
sexualidad, misterios y traiciones; lo tiene todo para engancharte,
pero lo mejor es que sin verlo, te haces una idea del tango por la
calidad y detallismo con el que el tío describe cada movimiento que
hace la pareja cuando baila... eso sólo lo puede hacer Reverte.
Como
ahora tengo la oportunidad de explicar algo más, os digo que a lo
largo de quinientas páginas desarrolla un argumento con los rasgos
anteriormente expuestos, en una ambientación genialmente diseñada,
con un espacio cronológico centrado en el siglo XX (40 años),
momentos históricos potentes como La Guerra Civil Española, los
Felices Años 20 y el Período de Entreguerras; documentado
fiablemente por el novelista; una escenografía que roza la
perfección visual aunque no se pueda contemplar si no es a través
de sus palabras, tres grandes marcos físicos: Buenos Aires, Niza y
Nápoles. Galería de personajes encabezada por los protagonistas y
bailarines, Max y Mecha, y un comienzo y final digno de “traca”.
Novela
basada en un ritmo de idas y venidas del pasado al presente, de
encuentros, despedidas y reencuentros asistiendo a lo largo de la
misma a la evolución de todos los personajes tanto en sus actos y
experiencias como en edad. Destaca la destreza a la hora de hacernos
llegar gestos, miradas, vestuario, el caminar, el bailar, la belleza
femenina, los colores o el paisaje; acabas sintiendo que en lugar de
leer presencias el pasar de una una película delante de tus ojos, las
letras cobran vida y son contempladas como escenas vivientes.
Toda
la novela mantiene al lector con un ritmo adecuado, nada violento
ayudado por un vocabulario sencillo a excepción de alguna
terminología propia de Argentina y del ambiente que gira alrededor
del tango como fenómeno social y marginal. No es exclusiva de ningún
público versado en la materia. Lo más llamativo para mí ha sido la
introducción del tema del ajedrez que representan la quietud en
estado puro, frente a la dinámica de los movimientos del tango;
interesante dicotomía sabiamente mezclada en la novela. Lo mejor es
sin duda los momentos en los que los bailarines ejecutan esta
modalidad tan sensual y erótica que conlleva el tango, al menos yo
estaba como el abuelo de Manolito gafotas, dispuesta a salir “por
patas bailando”; en serio es alucinante como se disfrutan esos
pasajes y el deseo de avanzar en la novela con la esperanza de volver
a leerlos.
Un
final acorde con la novela y yo me atrevería a catalogarlo de
“elegante” sin apartarse de la personalidad del bailarín. Ya no
cuento más, espero que seáis algo más receptivos que mi amiga
Reyes.
“La
dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a
quien amar y alguna cosa que esperar”.