sábado, 6 de abril de 2013

La casa del silencio, Blanca Busquet

Durante un tiempo me dejé atrapar por títulos que me parecían tranquilizadores, en busca de historias bien contadas y con las que disfrutar mientras hubiera páginas a mi disposición. La casa del silencio se ajustaba a mis pretensiones y puedo decir que no me decepcionó; por eso es justo dedicarle una reseña para animaros a elegirla en un momento en el que coincidáis con ese estado de ánimo en el que yo estuve hace ya algunos meses.
Nos encontramos ante una narración que sigue el simil de una orquesta. Una galería de personajes van entrando en escena alrededor de una trama que gira en torno a un personaje extraordinariamente original, un violín, más especificamente un Stainer del siglo XVIII, una auténtica obra de arte para cualquier músico, valorado y codiciado como una joya insustituible por la que morir si así lo requiere el “guión”.
El relato se desarrolla indistintamente entre la actualidad y un pasado reciente que se ubica en los años sesenta; para completar la situación dos escenarios únicos, Barcelona y Berlín y de fondo un recorrido por la Historia de la Música de la mano del resto de los músicos y “actores” que en un momento determinado forman parte del devenir del venerado violín.
Narrada elegantemente, con alternancia de momentos de serenidad y agresividad que otorgan dinamismo a la trama. Estructurada en dos partes y a su vez en capítulos, con la fluidez de un concierto y la sabiduría de entrelazar a los diferentes protagonistas en una intriga que se cierne siempre entorno al Stainer.
Poco más puedo decir de la obra; utiliza el recurso del recuerdo para fortalecer el argumento; recurre al amor, a la soledad, a las descripciones interiores, a las venganzas y desamores.
Destaca la brevedad de la novela, poco más de doscientas cincuenta páginas que sin sobresaltos te hacen disfrutar “en silencio” de un rato de lectura en tu “casa”. Recomendada para descansar de obras que nos sobrecogen y angustian y para cambiar de vez en cuando de registro que en la vida hay que probar de todo.

Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugio de tristes nostálgicos y soñadores”.

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