Descabellado
título y atrevido desafío para quien de verdad aspire a estar nada
más y nada menos que un año en la cama; bien es cierto que yo
conozco verdaderos amantes de este mueble que sin dudarlo estarían
ese tiempo y más, aunque no con la solemnidad y radicalismo en el
que se posiciona nuestra protagonista.
Siendo fiel a mi
costumbre no desvelo el argumento aunque en esta ocasión es fácil
adivinar las razones por las que un ama de casa responsable, fiel
esposa, madre incondicional e hija abnegada puede llegar a tomar una
decisión tan drástica para su salud mental y física. Que nadie se
engañe, la novela no es un despliegue de carcajadas porque esto no
puede ser gracioso, en todo caso absurdo, esperpéntico y
surrealista, pero no por ello injustificado. Gracias a esto ya estoy
etiquetando la obra de Sue Townsend como un intento de sátira social
y familiar que invita a reflexionar sobre la más pura y cotidiana
realidad que comparten la inmensa mayoría de las mujeres que
generacionalmente “todas conocemos”.
Eva, como si lo hubiera
planeado decide un día puntual de su vida subirse a su cama con el
firme propósito de no bajarse, no por estar enferma, no con
objetivos concretos, pero segura de que se mantendrá fiel a
semejante y disparatada decisión. Su mundo y el de aquellos que le
rodean cambia y su papel de “responsable de” se
cambia por el de “ahora soy vuestra responsabilidad”...,
las reflexiones están servidas en bandeja; a ellas nos conduce la
autora con un humor inteligente sin querer ser graciosa en ningún
momento, lo que provoca un sentimiento “agridulce”
de casi todo lo que narra la experiencia grotesca, de una mujer que
convierte la más pura realidad en algo estrambótico y disparatado.
Se establece unos
niveles de empatía desproporcionados y al menos yo reconozco que se
me ha pasado por la cabeza más de una vez hacer algo parecido; el
problema es que la cama y yo somos grandes enemigas y lo que podía
ser una “isla” donde refugiarme y aislarme de
cuanto me rodea, se convierte en una “península” llena
de intrusos que se empeñan en seguirme allí donde me muevo y claro
dar vueltas en tan reducido espacio acaba por pasarte factura,
especialmente cuando dices a salir de ese artilugio donde los
mortales deben estar al menos ocho horas dormidos para poder ser
“personas sensatas despiertas”.
Mi humilde lectura
entre líneas me llevan a reconocer que la protagonista opta por una
alternativa inusual en pos de superar la infelicidad,las decepciones,
el conformismo, las frustraciones y el desamor al que se enfrenta tras
un balance negativo para ella a lo largo de casi toda su vida. Una
forma como otra cualquiera de “parar motores”, de
convertirse en el centro de aquellos que le rodean, incluso la autora
la convierte en una especie de guía espiritual a la que acuden los
“desorientados” para buscar el “norte” perdido.
Es duro no disfrutar de
un mínimo de reconocimiento a la vida cotidiana de las mujeres y
hombres que están “siempre ahí”, incondicionalmente y que pasan
de “puntillas”, ligeros como plumas y casi de forma
invisible, día tras día. Es la autopsia de un retrato familiar del
que cualquiera podíamos formar parte.
Respecto a la novela
quiero decir que no es “para tirar cohetes” pero es
entretenida, aguda, fácil de leer, con ausencias de descripciones
que tanto suelen molestar, diálogos amenos y una sucesión de hechos
que la hacen llevadera... tal vez en algunos momentos se echa de
menos un ritmo más precipitado, pero en general entretiene y arranca
alguna que otra sonrisa.
Sería bueno prepararse
para leerla sin los motivos que nos sobran a muchas para crear
universos privados diferentes a las camas, porque de no ser así,
todo es previsible y carece de factor sorpresa; vamos que lo
podríamos contar nosotras en lo que ocupa una receta de cocina.
Para terminar aviso que
el final no es disparatado como podría ser lógico a una decisión
de este calibre, todo lo contrario... pero a mi me ha gustado porque
una actitud que en su más profunda crudeza es “autodestructiva”
sólo corresponde un cierre lleno de realidad como el que le da la
escritora y con la que comparto al cien por cien; lo malo es que el
“príncipe azul” aparece para recibir los aplausos de una
hazaña que no es merecidamente suya...
Por experiencia y en un
acto de confesión en familia, os recomiendo que no lo hagáis, no se
soluciona nada, cuando bajas de la cama tu realidad te está esperando, vuelve a atraparte, no ha
cambiado y sin embargo el desafío impulsivo te ha hecho pagar un
peaje con ticke perdido, lo que te sale doblemente caro, de manera
que “a pequeños y corrientes problemas, mejor soluciones no
muy grandes y arriesgadas”.
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