domingo, 9 de noviembre de 2014

La mujer que vivió un año en la cama, Sue Townsed

Descabellado título y atrevido desafío para quien de verdad aspire a estar nada más y nada menos que un año en la cama; bien es cierto que yo conozco verdaderos amantes de este mueble que sin dudarlo estarían ese tiempo y más, aunque no con la solemnidad y radicalismo en el que se posiciona nuestra protagonista.
Siendo fiel a mi costumbre no desvelo el argumento aunque en esta ocasión es fácil adivinar las razones por las que un ama de casa responsable, fiel esposa, madre incondicional e hija abnegada puede llegar a tomar una decisión tan drástica para su salud mental y física. Que nadie se engañe, la novela no es un despliegue de carcajadas porque esto no puede ser gracioso, en todo caso absurdo, esperpéntico y surrealista, pero no por ello injustificado. Gracias a esto ya estoy etiquetando la obra de Sue Townsend como un intento de sátira social y familiar que invita a reflexionar sobre la más pura y cotidiana realidad que comparten la inmensa mayoría de las mujeres que generacionalmente “todas conocemos”.
Eva, como si lo hubiera planeado decide un día puntual de su vida subirse a su cama con el firme propósito de no bajarse, no por estar enferma, no con objetivos concretos, pero segura de que se mantendrá fiel a semejante y disparatada decisión. Su mundo y el de aquellos que le rodean cambia y su papel de “responsable de” se cambia por el de “ahora soy vuestra responsabilidad”..., las reflexiones están servidas en bandeja; a ellas nos conduce la autora con un humor inteligente sin querer ser graciosa en ningún momento, lo que provoca un sentimiento “agridulce” de casi todo lo que narra la experiencia grotesca, de una mujer que convierte la más pura realidad en algo estrambótico y disparatado.
Se establece unos niveles de empatía desproporcionados y al menos yo reconozco que se me ha pasado por la cabeza más de una vez hacer algo parecido; el problema es que la cama y yo somos grandes enemigas y lo que podía ser una “isla” donde refugiarme y aislarme de cuanto me rodea, se convierte en una “península” llena de intrusos que se empeñan en seguirme allí donde me muevo y claro dar vueltas en tan reducido espacio acaba por pasarte factura, especialmente cuando dices a salir de ese artilugio donde los mortales deben estar al menos ocho horas dormidos para poder ser “personas sensatas despiertas”.
Mi humilde lectura entre líneas me llevan a reconocer que la protagonista opta por una alternativa inusual en pos de superar la infelicidad,las decepciones, el conformismo, las frustraciones y el desamor al que se enfrenta tras un balance negativo para ella a lo largo de casi toda su vida. Una forma como otra cualquiera de “parar motores”, de convertirse en el centro de aquellos que le rodean, incluso la autora la convierte en una especie de guía espiritual a la que acuden los “desorientados” para buscar el “norte” perdido.
Es duro no disfrutar de un mínimo de reconocimiento a la vida cotidiana de las mujeres y hombres que están “siempre ahí”, incondicionalmente y que pasan de “puntillas”, ligeros como plumas y casi de forma invisible, día tras día. Es la autopsia de un retrato familiar del que cualquiera podíamos formar parte.
Respecto a la novela quiero decir que no es “para tirar cohetes” pero es entretenida, aguda, fácil de leer, con ausencias de descripciones que tanto suelen molestar, diálogos amenos y una sucesión de hechos que la hacen llevadera... tal vez en algunos momentos se echa de menos un ritmo más precipitado, pero en general entretiene y arranca alguna que otra sonrisa.
Sería bueno prepararse para leerla sin los motivos que nos sobran a muchas para crear universos privados diferentes a las camas, porque de no ser así, todo es previsible y carece de factor sorpresa; vamos que lo podríamos contar nosotras en lo que ocupa una receta de cocina.
Para terminar aviso que el final no es disparatado como podría ser lógico a una decisión de este calibre, todo lo contrario... pero a mi me ha gustado porque una actitud que en su más profunda crudeza es “autodestructiva” sólo corresponde un cierre lleno de realidad como el que le da la escritora y con la que comparto al cien por cien; lo malo es que el “príncipe azul” aparece para recibir los aplausos de una hazaña que no es merecidamente suya...
Por experiencia y en un acto de confesión en familia, os recomiendo que no lo hagáis, no se soluciona nada, cuando bajas de la cama tu realidad te está esperando, vuelve a atraparte, no ha cambiado y sin embargo el desafío impulsivo te ha hecho pagar un peaje con ticke perdido, lo que te sale doblemente caro, de manera que “a pequeños y corrientes problemas, mejor soluciones no muy grandes y arriesgadas”.

La vida es siempre una cuerda floja o una cama de plumas. Dame la cuerda floja.

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