La
elección de la obra de Javier Sierra no fue tanto por el autor sino
por lo sugerente del título, dos palabras despertaron en mi la
inquietud y el deseo por leerlo: ”Maestro” y “Prado”, quedaba
claro que se refería al Museo o Pinacoteca más extraordinaria del
mundo. Al inicio del comentario he adquirido la costumbre de
justificar las razones que me impulsan hacia ciertas novelas que en
el fondo me hacen desconfiar de la calidad literaria de las mismas...
pero hay que dar una oportunidad por si me equivoco.
Tengo
que decir que mi entusiasmo se desinfló poco a poco a medida que iba
avanzando en la novela y es que tal y como me temía, Javier recurre
al tema trillado de las sectas religiosas que resulta un tanto
cansino y más cuando en tiempos no muy remotos la literatura acabó
saturada de templarios, masones, profecías, herejes, inquisición,
conspiraciones y visionarios que tras leer un libro de este género,
nada nuevo te aportaban los siguientes.
En
la línea del autor y a lo largo de trescientas páginas, dos
personajes, maestro y aprendiz, recorren las principales salas del
Museo del Prado para desentrañar todos y cada uno de los cuadros
mencionados en la novela. Para aquellos que tenemos muchos
conocimientos de arte, la familiaridad de las obras que se mencionan
así como los autores de las mismas, resulta entretenido y hasta
puede valer de repaso académico; por el contrario a los que mirar un
cuadro o ir de museos sea solamente una actividad cultural atractiva,
el libro acaba produciendo agobio y cansancio por la abrumadora
cantidad de datos, fechas y detalles difícil de asimilar y
resumir...
En
el fondo no he acabado de encontrar la trama y mucho menos el
desenlace, es demasiado sencillo en su planteamiento; un aprendiz de
la mano de un maestro imaginario se detiene en los pintores
renacentistas y tras observar el cuadro elegido, estos adquieren la
condición de protagonistas al igual que sus autores y la historia
representada, la misma que encierra secretos indescifrables y de
contenidos misterios y proféticos.
Narrada
de manera sencilla en primera persona, aporta conocimientos de arte,
pintores, personajes históricos y anécdotas de esa época de fácil
comprensión si el propósito no es quedarse con todos los datos
relatados por el autor.
Puede
que Javier nos haya querido presentar una novela no sólo para darnos
lecciones de arte, sino para conocer que aquellos hombres del
Renacimiento ocultaron una visión de la vida alejada de los dogmas
religiosos establecidos, a los que irremediablemente tuvieron que
someterse y obedecer.
Aún
así, puede ser del agrado de los que gusten de este tipo de novelas,
pero aviso que el final me acaba pareciendo tan absurdo como el
principio, aunque no me importaría pasear por El Prado y que un
“Maestro” me guiara por sus salas con tal despliegue de sabiduría
como el que accidentalmente encuentra nuestro narrador...”No caerá
esa suerte”
“El
mejor maestro de la vida es el tiempo, incluso sin hacerle preguntas
te contesta sabiamente gracias a las experiencias que asumes en su
transcurrir”.