La
fotografía que ilustra la segunda entrega de los “Episodios
de una guerra interminable” te queda sin palabras y
a la vez te provoca una avalancha de ideas y comentarios difíciles
de reprimir. Gracias a la lectura de la novela me atrevería a pensar
que es la foto de Nino frente a su padre, ambos protagonistas de
excepción de una historia ambientada en los años de la posguerra
española, en un marco rural y con todos los ingredientes a los que
nos tiene acostumbrados Almudena Grandes.
La
primera obra de estos episodios, “Inés y la alegría”
inauguró una serie de seis novelas que se suceden cronológicamente
abarcando una trayectoria histórica tan extensa como la producción
de dicha autora. Con diferencia y fortuna para el lector, la
extensión ha mermado considerablemente aunque no la calidad y
belleza de la historia, que gira entorno a la figura del “canijo”
y su relación con Pepe el portugues.
Un
pueblo de la serranía de Jaén se convierte en el escenario elegido
por la escritora para contar a través de los ojos de un niño, sus
vivencias en la casa cuartel de su pueblo y como el ser hijo de
guardia civil tras una guerra le marca indeseablemente toda su vida.
Aunque
la pareja de Nino y Pepe asumen el protagonismo de la obra, no es
menos importante el rosario de personajes pulcramente descritos y que
contribuyen a dar solidez a lo narrado en primera persona por quien
tuvo que hacer frente a las vicisitudes de una niñez de la que
irremediablemente se despidió con desgarradora urgencia.
Una
vez más el tema de los residuos de la guerra se evidencia en las
pequeñas e intensas historias crueles, entrañables, tristes, de
impotencia que salpican todo el relato y que nos ayuda a comprender
los sentimientos de Nino y de todos y cada uno de los que desfilan
con sus alegrías y sus miserias heredadas de tan inolvidable
episodio de nuestra historia más reciente.
Otorga
Almudena un papel estelar a las mujeres de la novela, a su coraje y
valentía y a la capacidad de supervivencia que demostraron ante la
ausencia de aquellos que nunca debieron haber faltado.
Destacar
la afición del niño por la lectura de las obras de Julio Verne, lo
que justifica el tan acertado título de la novela; guiño de
gratitud a la figura de la maestra que le invitó a sumergirse en la
generosa ficción para huir de la despiadada realidad.
Me
alegraría pensar que con esta pequeña reseña es suficiente para
animaros a tomar entre las manos una historia donde la guerra queda
empañada por la experiencia de un Nino que representa la ternura, la
amistad, la lealtad y las ansías de “pasar página” en una
búsqueda de la felicidad que sólo puede estar en un anhelante
futuro.
“Jamás
debimos ser testigos del dolor y de las lágrimas de aquellos ojos
incrédulos que un día lloraron sin saber porqué lo hacían”.